El cerebro es como un pasillo con muchas puertas, algunas de las cuales es mejor que permanezcan cerradas. (Apócrifo).
No encendió la luz para que no supieran a la hora que volvía. Por otro lado, su verticalidad estaba comprometida por infinitas rondas de tequila, incluso de la que contenía una larva en la botella.
María había sido muy amable cuando le propuso que se quedara en casa de sus tíos durante el congreso de escritores. «Así te ahorras el hotel y de paso los conoces, que son muy simpáticos y me tienen mucho cariño», le dijo antes de llamarles y organizarlo todo.
La tía Rosa le dio un juego de llaves y, apenas sin conocer la casa, se marchó al congreso. La cena se prolongó y tras ella el fin de fiesta, por lo que regresó muy tarde y especialmente tocado.
Procurando no tropezar con ningún mueble consiguió llegar a la pared que debía guiarle hasta su habitación evitando encender luces. Fue contando las puertas basándose en un cálculo influido por el alcohol y abrió la que pensaba que era la suya. Entró, cerró con cuidado y buscó el interruptor que debería estar al lado del marco. Como no lo encontró, fue bajando el brazo y la gravedad, sumada a los excesos, hicieron que trastabillara y cayera al suelo, donde se sumió en un profundo sopor.
Al despertar, todavía con la mayoría de los sentidos mermados por la resaca, consiguió abrir la puerta y salir. El exterior estaba muy oscuro, por lo que cerró y avanzó con cuidado con la intención de encontrar un interruptor.
Sus ojos se fueron acostumbrando a la escasa iluminación y percibió una sala enorme, atestada de personas grises y demacradas vestidas con extraños pijamas a rayas. Todos ellos, hombres y mujeres, mayores y niños, estaban comprimidos hasta la extenuación. Ni siquiera podían levantar los brazos para abrazar a sus seres queridos. Intentó regresar por donde había venido, pero ya no halló la puerta y la masa humana lo engulló haciendo caso omiso de sus alaridos.
Cuando el gas comenzó a caer por los respiraderos del techo dejaron de respirar poco a poco, sin escándalo ni aspavientos. Allí quedaron, apuntalados unos contra otros, sin que ninguno de los cuerpos se deslizara hasta el suelo.
Tres días más tarde abrieron el armario empotrado y encontraron el cadaver erguido y apoyado en el muro. La pared frente a él estaba surcada de hendiduras verticales a la altura de la cintura.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 2 de mayo de 2018.