Había una vez, en un mar tan pequeño como un lago, una isla calmada y graciosa que jugaba con sus hermanas menores con las olas y las sirenas, mientras iban envejeciendo y arrugándose poco a poco.
Pasó el tiempo de los juegos y de las sirenas y en la mayor de ellas nació un niño al que llamaron Marc. Inquieto y curioso, no podía estarse quieto ni siquiera antes de asomar la cabeza fuera de la tripa de su madre.
Pasaron los años, el niño creció y llegó el colegio, pero allí no era feliz. Le gustaba estudiar y aprender, pero como era muy tímido le costaba hacer amigos. Se pasaba los recreos en un rincón, jugando solo, mientras sus compañeros y compañeras jugaban juntos. Sus maestros y maestras le obligaban a jugar con los demás, pero cuando dejaban de vigilarle regresaba a su rincón.
Cuando su padre o su madre le acompañaban al colegio hacía como que se dirigía a clase, pero esperaba sólo en el patio hasta que le obligaban a entrar. En ese momento caminaba directamente hasta su sitio y se sentaba sin hablar con nadie. Sus maestros, preocupados, se lo comentaron a los padres, pero como iba bien en clase decidieron esperar antes de tomar ninguna decisión. Su hermano se acercaba cuando podía a jugar con él, pero no siempre coincidían y como era mucho mayor, tenía sus propios amigos.
Siempre había soñado, pero a medida que crecía sus sueños se iban haciendo cada vez más reales y además podía recordarlos. Esta noche he volado mamá, le contaba cuando ella iba a despertarle y al decírselo una luz especial iluminaba sus ojos. Junto a mí volaba alguien pero no podía verle, decía, ¿tu sabes quién puede ser?
Sus padres no daban importancia a esos sueños, otros tienen un amigo invisible, decían, cuando crezca se le pasará.
Aquella noche, aunque estaba enfermo y la fiebre coloreaba sus mejillas le costó dormirse. Dio muchas vueltas en la cama y se agitó nervioso hasta que, por fin, cayó en un sueño profundo.
Una agradable sensación de volar hizo que despertara. Era muy extraño porque tenía la impresión de que su cuerpo había cambiado adaptándose al vuelo, como si llevara haciéndolo desde siempre. Pero las personas no vuelan, pensó abriendo los ojos. Bajo él desfilaban bosques y rocas que le costaba distinguir al volar a gran altitud y velocidad.
Intrigado por saber cómo se mantenía en el aire observó su cuerpo y descubrió con sorpresa que se había transformado en un dragón. Si, uno de esos animales mitológicos que aparecían en la películas que veía con sus padres y que los adultos decían que no existían en el mundo real. Unas enormes alas en su espalda lo sostenían en el aire y su cuerpo finalizaba en una musculosa cola. Sus brazos y piernas, terminados en garras, estaban recogidos para facilitar un vuelo que le salía natural, sin tener que forzarlo para no precipitarse al suelo.
Estaba asimilando aquel cambio cuando escuchó una voz grave y poderosa que le llegaba desde arriba.
—Hola Marc, por fin has despertado.
Al mirar hacia la voz descubrió otro dragón de gran tamaño, que se mantenía en formación y cuya cara reflejaba a la vez satisfacción y orgullo.
—Supongo que tendrás muchas preguntas que hacerme. Si te parece, buscaremos un buen lugar para posarnos y hablar con calma.
Como si lo hubieran practicado, se dejaron caer a la vez hacia su derecha y descendieron planeando hasta una zona más despejada del bosque, situada junto a las cumbres.
Una vez en tierra y con las alas replegadas, Marc comprobó de cerca que su escolta era mucho más grande que él y que su piel estaba cubierta por recias escamas.
—Imagino que estarás un poco sorprendido— dijo el dragón con aquella voz profunda que resonaba en su cerebro y le producía una extraña paz interior, como cuando hablaba con sus padres. —Me llamo Antea y como habrás podido observar soy un dragón, en realidad una dragona y bastante vieja por cierto.
Marc seguía atento a sus palabras, sin apenas respirar, hasta que se atrevió a preguntar. —¿Yo también soy un dragón?
Antea miró al cielo y retomo la palabra. Le contó que hacia mucho, mucho tiempo, cuando en los bosques todavía habitaban la hadas y los gnomos; los humanos y los dragones vivían en armonía e incluso se ayudaban mutuamente. Entre los humanos había algunos elegidos que tenían el poder de convertirse en dragones a voluntad, ya que se decía que tenían el corazón de dragón. Eran chicos y chicas valientes y nobles que ayudaban a los demás y velaban para que se mantuviera la armonía entre todas las razas de humanos, animales y seres mágicos que habitaban en aquel hermoso y a la vez generoso planeta azul.
—Para ser un «corazón de dragón» tenías que ser un hijo o una hija muy deseado, nacer cerca de una gran superficie de agua y que entre tus antepasados hubiera algún contador de cuentos —aseguró Antea antes de continuar con su relato.
Desgraciadamente la maldad y la codicia crecieron y cambiaron el mundo. Las hadas y el resto de los seres mágicos se ocultaron en las zonas más inaccesibles de bosques sombríos y apartados y la alianza entre humanos y dragones se rompió, siendo sustituida por el odio y la lucha a muerte. Aunque los «corazón de dragón» intentaron mediar y que volviera la paz, fue imposible. Con el tiempo dejaron de nacer niños y niñas con ese don y los que lo poseían lo perdieron o murieron. Los dragones desaparecieron de la faz de la tierra y los humanos perdieron su felicidad y su inocencia, sustituidas por la soberbia y la avaricia.
—Sin embargo —continuó la dragona— nunca nos extinguimos del todo. Nos ocultamos en las altas montañas inhóspitas y seguimos desde lejos la evolución de una humanidad que destroza el mundo donde está condenada a vivir porque no tiene otro. De vez en cuando nace alguna niña o algún niño «corazón de dragón» pero como nadie les revela lo que son, no lo ejercitan y esa segunda naturaleza se extingue sin desarrollarse.
—¿Y yo que tengo que hacer para no perderla? —dijo Marc expectante.
—La posibilidad de convertirte en dragón a voluntad se extinguió hace tiempo y desgraciadamente no se puede revivir, pero tienes lo necesario para convertirte en una maravillosa persona que ayuda a las demás y que lucha por mantener y mejorar un planeta ya muy enfermo y que necesita apoyo. Cuida de tus amigos y tus amigas y no dejes que nadie se sienta solo a tu alrededor y verás como tu corazón late fuerte y libre como el de un joven y valiente dragón.
—¿Voy a volver a verte? —preguntó Marc sospechando que pronto tendrían que separarse.
—Eso no va a ser posible, mi misión se ha cumplido y debo volver a las montañas inhóspitas para hibernar, aunque desde donde esté velaré por ti y por tu misión. No estés triste, ahora comienza una maravillosa aventura que te va a hacer muy feliz si eres fiel a ti mismo y sigues a tu corazón.
Cuando Marc iba a contestarle, un insistente pitido comenzó a sonar. Abrió los ojos y vio que se encontraba en la cama de un hospital, con cables y tubos por todas partes. Junto a él, sus padres le miraban preocupados.
—¡Se ha despertado! —gritó su madre a la enfermera que estaba a los pies de la cama —vaya susto nos has dado, Marc, llevas durmiendo casi dos días.
Dejó el hospital y volvió a su rutina habitual, pero algo había cambiado. Sus maestros no tardaron en comunicar a sus padres que tras la estancia en el hospital se había integrado completamente y que ahora jugaba sin problemas con el resto de niños y niñas de su clase. Pero no solo eso, se había convertido en el pacificador y mediador en los conflictos. Cuando había algún problema todos llamaban a «Drac», que desde entonces era su nombre de guerra.
Algunas noches, cuando su sueño es muy profundo, Marc vuelve a sentir que está volando y que un enorme y viejo dragón vuela paralelo a él y le acompaña.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 29/09/2019