Si no eras una persona católica, tu entierro en Málaga asumiría tintes dantescos hasta mediados del Siglo XIX. Las autoridades malagueñas de la época solo permitían enterrar los cadáveres en la playa, de noche, a la luz de las antorchas, de pie, en la arena, dejándolos a la merced de las olas, perros y otras alimañas. No era raro que alguno de estos cadáveres, o parte de ellos, aparecieran en el muelle tras ser devorados por los perros y arrastrados por la corriente.
Cuando William Mark llegó a Málaga en 1816, tras una exitosa carrera en la Royal Navy, fue testigo de esa bárbara costumbre. Gran defensor de los derechos de su comunidad luchó por obtener un lugar digno para los enterramientos protestantes. Al ser nombrado Cónsul en 1824 puso toda su dedicación en buscar un terreno que sirviese de cementerio para que pudieran ser inhumados con dignidad. En 1829 las autoridades malagueñas le cedieron un terreno despoblado en las afueras de la ciudad cerca de la carretera de Almería y el cementerio inglés se hizo realidad, siendo así la necrópolis protestante más antigua de la España peninsular.
Según el registro de enterramientos la primera persona que fue inhumada en el nuevo cementerio fue Mr. George Stephens, propietario del bergantín “Cicero”, que se ahogó accidentalmente en el puerto de Málaga en enero de 1831. Posteriormente, aunque ese mismo año, se levantó un muro y la primera persona en ser enterrada intramuros fue Robert Boyd, fusilado en Málaga por su participación en la insurrección fracasada de los liberales en diciembre de 1831 junto con el general Torrijos. Su cadáver fue el único de todos los fusilados aquel día que fue separado de los demás, cuyos cuerpos fueron trasladados al Cementerio de San Miguel. Los restos mortales del revolucionario irlandés fueron recogidos por el cónsul William Mark y descansan en el cementerio primigenio, convirtiéndose en el primer ocupante de ese espacio.
El Cementerio Inglés está ahora integrado en la ciudad y cercano a la plaza de toros. Como no es una finca muy grande y está ubicada a media ladera, las sepulturas están dispuestas en terrazas o bancales, unidos por caminos en cuesta. Además de su valor histórico como camposanto protestante más antiguo de la península, ostenta un importante valor botánico (con más de cien especies provenientes de todo el mundo), epigráfico (con inscripciones en lenguas de países de los cinco continentes y de casi todas las religiones) y artístico (con esculturas de autores tanto británicos como locales).
Casi todas las tumbas están relacionadas con el mar, ya sea por las guerras o por el comercio británico a lo largo del mundo. Allí reposan los restos de los oficiales y marineros de la Marina Imperial Alemana fallecidos en el naufragio de la «Gneisenau». Además cobija, entre muchas otras de las que ya hablaremos, las tumbas del poeta Jorge Guillén y del hispanista Gerald Brenan, uno de los últimos inquilinos notables.
En el viejo cementerio en que yacen los marineros / en tristes tumbas grises de conchas adornadas / bajo el doblar de las campanas a cinco brazas / el coral está hecho de huesos… (Gamel Woolsey).
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