Basado en una noticia reciente.
Ahí estaban de nuevo esos malditos espectros intentando amedrentar al personal y acaparando las portadas de los medios. Intentan recordarnos, tácitamente, que todavía retienen poder y capacidad de convocatoria, que hay temas sacrosantos e intocables y que la maldita izquierda solo piensa en la revancha y sembrar la discordia entre los buenos españoles.
Todas las mañanas tenía la costumbre de darle una vuelta a sus redes sociales antes de desayunar, como contrapeso a las noticias que luego podría encontrar en la prensa diaria. Un mensaje en Twitter despertó a la vez su curiosidad y su indignación: un nuevo manifiesto de altos mandos de las Fuerzas Armadas exigiendo respeto a las virtudes militares y a la memoria del dictador genocida, al acercarse la fecha de inhumación de sus restos.
Aunque sabía en qué día y año estaba, tuvo la tentación de comprobar si el calendario había retrocedido hasta el año 81 del siglo pasado y si los militares seguían siendo aquel grupo de presión capaz de doblegar las decisiones políticas tomadas por los verdaderos representantes del pueblo. Ahora solo faltaba algún apoyo más o menos explicito de la Conferencia Episcopal y ya tendrían presencia en los medios durante mucho tiempo. Curiosamente algunos firmantes se repetían en manifiestos separados casi cuarenta años. Quizá si la justicia hubiera actuado en consecuencia la primera vez, ahora algunos no hubieran podido firmar este escrito reciente como coronel o teniente coronel en la reserva, porque, como en cualquier país civilizado y democrático, hubieran sido expulsados de las fuerzas armadas
De nada servirán los innumerables servicios prestado callada y eficazmente por las fuerzas armadas dentro o fuera de nuestras fronteras o los compañeros fallecidos en diferentes misiones en defensa de la paz. Se volverá a hablar de militares golpistas, de la derecha ultramontana y de otras mil tonterías similares, en vez de centrarnos en los verdaderos problemas de las personas que día a día intentaban prosperar y ofrecer oportunidades a sus hijos.
Con el estómago revuelto, recordó episodios concretos de su época en activo durante la Transición. Creía que estas bufonadas ya habían pasado a la historia, incluso tenían ministras de defensa, tanto de derechas como de izquierdas y un exjefe del Estado Mayor de la Defensa que militaba con total naturalidad en uno de los nuevos partidos progresistas, a pesar de los insultos y amenazas de algunos de sus compañeros de armas, que llegaron incluso a proponerle que se suicidara por vergüenza.
Haciendo memoria no recordó manifiestos similares de trasnochados fantasmas uniformados exigiendo parar la violencia machista, pidiendo salarios justos, que disminuyera la desigualdad social o contra los desahucios y los fondos buitre. Eso no les atañía. Como buenos burgueses con la barriga llena y el resto de sus necesidades cubiertas, únicamente se manifestaban tras mirarse al ombligo, a esos patéticos ombligos a los que se les había parado el reloj en 1975, mientras que los del resto de compatriotas avanzaba al ritmo que marcaba el calendario real.
Esperaba que al menos los partidos conservadores no cayeran en el error de dar eco a esas demandas y por una vez hicieran piña con el gobierno para demostrar a todos esos rancios payasos que en nuestro país, con más o menos equivocaciones, el poder reside en el pueblo.
Si en España hubiéramos hecho lo que en Alemania o Italia con los restos de los dictadores mejor nos hubiera ido, pensó mientras se alegraba con un poco de orujo el café para intentar enderezar la mañana. Al fin y al cabo, las personas reales con las que trataba cada día eran lo importante, pero no dejaba de ser una triste paradoja que aquellos que hicieron bandera de la censura y del control de la información, ahora se ampararan en una de las bases de la democracia, como la libertad de prensa, para tratar de socavarla.
Ya más tranquilo y a punto de salir a trabajar pensó en lo aburridas y vacías que tenían que sentirse algunas personas que solo encontraban satisfacción mirando al pasado, a un pasado que el resto habían intentado superar como un cáncer, ya que aparte de matanzas innecesarias y retrasos con respecto a otros países de nuestro entorno, no nos deparó nada bueno.
Me estoy volviendo cada vez más radical, se dijo a si mismo mientras cerraba la puerta de casa, tendría que hacérselo mirar. No olvidaba que en su armario colgaba un uniforme con unas insignias similares a las de esos patéticos personajes. Eso sí, desde que lo colgó ni mientras lo llevaba, había sentido jamás la tentación de considerarse superior al resto de ciudadanos y ciudadanas, era uno más, un ciudadano de uniforme como se denominan los militares en Alemania.
Ya en la calle un pensamiento bastante malvado aterrizó en su mente y le hizo aflorar una sonrisa lobuna. Se imaginó a algunos de los firmantes del manifiesto encabezando fuera de España —supongamos que en Bruselas— una manifestación por la libertad de expresión y compartiendo la pancarta de la cabecera con alguno de los raperos “exiliados” y con algún insigne prófugo de la justicia con lazos amarillos. Al fin y al cabo, defienden lo mismo y pertenecen a circos similares.
Siempre nos quedaría la esperanza de que algún juez o jueza valiente les imputase un delito de incitación al odio. Porqué de eso trata esta historia ¿no?
En el autobús que le llevaba al centro coincidió con otros dos excompañeros de armas. Uno colabora con Caritas, el otro con Cruz Roja, pero eso no es una noticia de portada.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 5 de agosto de 2018