Entre nubes: Plano general
Creció cerca de las nubes y un poco en ellas. Aparentemente no le afectaba nada, era libre y etérea, casi sutil.
Creció feliz y sin problemas, maduró y se hizo mujer casi sin dejar de ser niña. Pasaba el tiempo observando el mundo desde fuera, desde su atalaya protegida y cómoda, sin mojarse ni implicarse. La vida mancha, decía cuando la acusaban de estar siempre ausente.
Nadie recordaría su paso por el mundo. Su único legado serían las huellas del roce de sus pies en la gran piedra blanca junto a la orilla del lago alpino. Allí, cerca del cielo, observaba el triángulo alado de las ánades al migrar hacia el sur sin hacer nada, sin ofrecer apenas resistencia al paso del tiempo. Raudas y geométricas flechas negras atravesando blancas nubes algodonosas como panza de burro.
Como en una comedia de cine clásico, el artista consagrado dejó la gran ciudad en busca de inspiración y la encontró a ella. Madurez e inocencia casan bien en determinadas ocasiones.
Las cosas no siempre suceden como deseas y la vida te sacude para desperezarte. Unas veces con amor, otras sin él. Sus paseos dejaron de ser en solitario, aunque a veces una pareja no suma, sino resta.
Metamorfosis: Plano medio
Se convirtió en su musa, abandonó su plácida vida sin mirar atrás y se fue con él. Sustituyó las cumbres por un coqueto apartamento en la ciudad. Cambió sus paseos por las compras, las nubes por el tráfico, el lago por las aceras y el asfalto de la gran ciudad.
Al principio todo eran risas y besos, pero con el tiempo la relación cambió. La comedia se agrió y se transformó en drama. Ella dejó de ser una observadora para convertirse en una sufridora. Él dejó de prestarle atención, salvo cuando necesitaba llevarla del brazo y exhibirla en eventos y actos sociales, como un exótico trofeo. Sus creaciones y sus tertulias siempre eran lo primero. Ella se consumía entre vacíos y aburrimientos mientras se transformaba en una mujer florero. Entre cuadros y recepciones dejó de ser feliz y su sonrisa desertó
Poco a poco fue desvaneciéndose, fundiéndose en el decorado, hasta que un día dejó de existir salvo en las fotografías y los lienzos. Su espíritu se rindió durante un interminable momento en el que incluso pensó en soluciones drásticas y sin retorno, pero el recuerdo del lago y sus nubes la salvaron in extremis.
La salvación: Primer plano
Creyeron que había desaparecido, que se había suicidado arrojándose al lago junto al que era feliz. Incluso hubo quien aseguró que la habían secuestrado y que su marido se había negado a pagar un rescate.
Nada era cierto, la realidad era mucho más banal. Harta de aquella sociedad mediocre que no le aportaba nada, saltó por la borda, metafóricamente hablando, y cambió de vida.
Vagando por la ciudad llegó al extrarradio. Nunca te acerques allí, le habían dicho, es muy peligroso, hay mala gente. Sin embargo, lo que encontró en una diminuta plaza fue a unos niños jugando felices. Unos ojos vivaces, a pesar de las necesidades, la cautivaron y volvió a ser ella misma y no un apéndice decorativo de otra persona.
Halló otra ciudad dentro de la ciudad. Un barrio que no se parecía en nada a aquel en que vivía. Un lugar quizá sucio y maloliente, pero donde la gente estaba viva e incluso era feliz. Un lugar donde personas de todas las razas comparten el hambre y la miseria, pero los niños sonríen jugando con lo que desechan los beneficiados por la fortuna.
Dejó su apartamento del centro y se llevó poco más que la fotografía de su lago alpino. Vive en una casa okupada y toda su vida cabe en una mochila. En el siguiente desahucio se encadenó con los vecinos y recibió porrazos de la policía, porrazos que la despertaron y la sacaron del estupor existencial donde se había mantenido hasta entonces.
La podéis encontrar, alegre e inquieta, arrimando el hombro en las colas en los bancos de alimentos que conoce por primera vez. Incluso ayuda a los más miserables a rebuscar en los contenedores de las grandes superficies, sujetando la tapa y evitando accidentes, sin importarle el olor o la suciedad. Ha cambiado el Chanel nº 5 por felicidad y los Carolina Herrera por sonrisas. Ni en sus montañas ni en su coqueto apartamento era consciente de ello.
Los estudios de medicina que abandonó por falta de motivación ahora son útiles. En un pequeño dispensario improvisado, presidido por la fotografía de su lago, cura cortes, alivia torceduras o venda luxaciones con los escasos medios disponibles. Mientras, tararea canciones a los niños o tranquiliza a las embarazadas. Sus escasos conocimientos, unidos a su enorme interés, representan mucho donde no había nada. Ahora sabe que no es necesario abandonar el país para ayudar, allí también la necesitan. Ellos la han adoptado sin hacer preguntas y se ha convertido en una más, compartiendo su pobreza, la llaman «la sanadora».
Ha vuelto a soltarse el pelo y su melena indómita la representa. Vuelve a pasear feliz, a reír a carcajadas, a sentirse viva y necesaria, incluso a amar a aquellos niños que no tienen nada más que enormes ojos y sonrisas. Esos niños que la rodean continuamente como polluelos alrededor de una clueca. Al verla las mujeres la abrazan, los hombres la respetan y la protegen, ya nunca se siente sola.
Algunas veces, cuando su mirada se pierde en los ojos insondables de los niños, vuelve a ver las nubes y el lago donde era feliz, donde no necesitaba nada.
Él nunca ha tratado de encontrarla.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 19 de octubre de 2020.