Frío y garbanzos

—Agacha la cabeza y entra en el patrulla, muchacho, no te vayas a golpear y tengamos que hacer un montón de papeleo.

—No me empujes, madero, ya entro. — Le costó colocarse en el lugar que le ordenaban, al llevar los brazos engrilletados a la espalda como exige el protocolo policial.

—A ver, chaval, cuéntame cómo se te ha ocurrido hacer esa tontería, sabías que te íbamos a encontrar enseguida. Con tus características es imposible que pases desapercibido.

El albino miró por la ventanilla, como si de esa manera pudiera evadirse a otra dimensión y olvidar el incidente.

—¿No dices nada? Así adelantaríamos y al llegar a la comisaría podríamos tomarnos un café, que hoy hace mucho frío.

—Estoy harto de garbanzos y de frío, de frío y de garbanzos. Es lo único que conseguimos después de hacer horas de cola frente a la parroquia del barrio y encima tenemos que estar agradecidos.

—Eso puedo entenderlo, pero no es una excusa para robarle el teléfono y los auriculares a un turista. Ya sabes que están muy concienciados y lo primero que hacen es denunciarlo.

—Ya no podía más, necesitaba algo de dinero para poder llevar a mi familia algo mejor, al menos un día. Encima ayer nos volvieron a cortar la luz con la excusa de las plantaciones ilegales de «maría». ¡Siempre pagan justos por pecadores!

—Muy justo tú no eres, estarás de acuerdo conmigo. Te hemos pillado con las manos en la masa.

—Nunca había robado antes. Quizá haya cambiado de sitio alguna cosa, pero no era propiedad de una persona, solo de los malditos bancos.

—¡Vaya, esto es nuevo! Resulta que hemos detenido a Bakunin y no nos habíamos dado cuenta —dijo el policía en tono socarrón mirando hacia su compañero que conducía.

—Si los políticos en vez de utilizar tanta policía para proteger a los turistas dedicasen parte de ese dinero a ayudar a los pobres, quizá habría menos robos y las cárceles estarían más vacías.

—Estoy completamente de acuerdo contigo, pero, ¿has visto muchos políticos manchándose de barro los bajos de los pantalones por las callejas de tu barrio? —afirmó el uniformado pensativo y mirando hacia el infinito.

—Alguno, en las campañas electorales, pero salían perdiendo el culo después de la foto y estaban continuamente rodeados de pasma, como si les fuéramos a atracar. Con lo listos que aparentan ser podrían darse cuenta de que al cortar la luz a quienes están jodiendo es a los niños, que se mueren de frío, los traficantes tienen generadores.

Al aparcar junto a la comisaría los policías abandonaron el coche y ayudaron a salir al albino.

—¿Tienes hambre, chaval? Aquí al lado hay un tugurio donde preparan los mejores bocadillos de panceta con pimientos de la ciudad. Si me das tu palabra de que no vas a hacer cosas raras te quito los grilletes y nos acercamos. Luego ya haremos el papeleo. Juan, ¿vas entrando y preparándolo todo? —dijo dirigiéndose a su compañero—, no tardamos nada.

 

Al cabo de un rato el policía entró solo en la comisaría y se acercó a su compañero.

—¿Otro que se te ha «escapado»? —dijo Juan con media sonrisa en los ojos—. Manuel, eres un sentimental, no se puede ir por la vida intentando salvar a todo el mundo. Un día te van a pillar y vas a tener un problema.

—Qué le voy a hacer, bastante fastidiada tiene la vida ese muchacho como para añadirle más problemas. Seguro que ha aprendido la lección y no volverá a hacerlo.

—Ya, cuando lo vi y os escuché hablar supe que era uno de los «tuyos». Estaba esperando a ver cuánto tardabas en soltarlo. Ni siquiera he empezado a hacer los papeles, sabía que era tarea perdida, ya nos conocemos.

—¿Tan transparente me he vuelto? Voy a tener que preocuparme. Pero eso será mañana. Si no se fastidia el día a última hora, hoy voy a poder mirar orgulloso a mi familia a la cara y a dormir a pierna suelta.

—Lo que te había dicho, estás hecho un sentimental.

Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 4 de febrero de 2021.

Deja un comentario