Ayer, mientras todos dormían, la luna cayo sobre su cama. No lo pensó dos veces, saltó sobre ella y tomando impulso la obligó a salir por la ventana y volver al cielo.
Una vez allí se decidió a viajar, de uno en uno, por todos los planetas. Viajó al de los niños azules, al de los sapos rosas e incluso al de los unicornios violetas, su preferido, el que se le aparecía en sueños cuando pensaba en su madre.
Mientras estaba distraída jugando con los unicornios, la luna se marchó a darle el relevo al sol y tuvo que volver a casa montada en la cometa azul, que se le había escapado a un niño en la playa.
La cometa no quería bajar, pero la convenció cantándole la misma canción de cuna que le cantaba su abuela para tranquilizarla. También le prometió que cuando llegaran a casa la dejaría libre, para que pudiera volar al planeta de las cometas perdidas, donde esperan la llegada de los niños sin padres para jugar con ellos y hacerlos felices.
Casi amanecía cuando entró por la ventana y se durmió pensando en su madre, mientras el oso de peluche de la tripa blanda velaba su sueño.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 11 de marzo de 2019.