Como cada mañana inicié mi paseo por la playa, junto a la línea que deja la marea al recogerse. El día era luminoso y una brisa tenue mitigaba el calor.
Me pareció ver algo inusitado, que reflejaba el sol cuando el mar se replegaba y me acerqué para observarlo más cerca.
Parecía una piedra, pero su forma y textura indicaban que parecía haber sido trabajada por el hombre. La parte que sobresalía sobre la arena era un poco mayor que un libro de bolsillo, por lo que me incliné para recogerlo, pensando que saldría sin dificultad.
Mis sentidos me habían engañado y lo que parecía superficial, no lo era. Me agaché y limpié los bordes para asirlo mejor. Tiré con ambas manos y un trozo de piedra labrada quedó al descubierto.
Era parte de una lápida desgastada, pero en la que todavía podía leerse una fecha y mi nombre.
Bartolomé Zuzama. Valladolid 22/05/2017