Juana salió ese día más tarde de lo habitual. Doña Dolores había tenido invitados y a su tarea cotidiana se había acumulado tener que lavar la vajilla. Era de porcelana azul de la Cartuja, muy frágil y había que tratarla con extremo cuidado para no romperla ni astillarla. Además, Doña Dolores no ayudaba precisamente con sus continuos avisos de que la tratase con suavidad y cariño, ¡ni que fuera suya!
El autobús 9 ya había pasado, le tocaría andar hasta la parada del 12 si quería llegar a su casa antes de que Yolanda acostase a los pequeños.
No sabía qué habría hecho sin Yolanda, era un ángel. Cuidaba de la casa y de sus hermanos como si fueran suyos. Por desgracia había tenido que dejar la escuela para ayudarla cuando Juan empezó a beber y perdió el trabajo. Tuvieron que apañarse como pudieron hasta que la cirrosis se lo llevó por delante. Ahora casi estaban mejor.
Siempre podría encontrar un buen hombre que la quisiera y cuidase de ella, era muy bonita y eso compensaba que apenas supiera leer y escribir. Ella fue al instituto y no le había servido de nada, seguía limpiando casas ajenas, como su madre.
El autobús se retrasaba. Hoy ya no vería despiertos a sus hijos.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 19/06/2017