Me da miedo el dolor, que no la muerte. La tristeza, el abandono y la soledad no deseada o simplemente compartida como falso remedio. Me dan miedo los perros, porque no me comprenden o no los comprendo a ellos.
Me da miedo el vacío que produce la enfermedad del olvido, al verla desde fuera, el progresivo abandono y la pérdida de familiares y amigos. Me da miedo que, si me pasa a mí, sea consciente de su avance y mi derrota. Me da miedo envejecer, que me traten de usted, que me hagan abuelo y pasar a formar parte de las huestes del IMSERSO.
Me da miedo la incertidumbre, la desorganización y el caos. Odio la informalidad mal entendida y el buenrollismo forzado. Me dan miedo las sectas de cualquier pelaje, vayan revestidas de ornamentos y vestiduras talares o surjan de movimientos, actividades y palabras que finalizan en ing y se precian de modernas.
Me dan miedo las personas en posesión de la verdad absoluta, los líderes carismáticos y todo tipo de iluminados que se creen tocados por el dedo de cualquier dios real o imaginario. Me dan miedo las adhesiones inquebrantables, las disciplinas férreas o las patrias inamovibles y crueles que no contemplan los sufrimientos cotidianos de las personas desechables y poco importantes.
Me dan miedo las alturas, las ventanas bajas, las terrazas con barandillas frágiles y los niños cerca de ellas.
Me da mucho miedo la estupidez humana, la falta de sentido común y la necedad, que, como un virus, se expande entre los jóvenes y menos jóvenes cabalgando sobre modas y aplicaciones informáticas banales y destructivas.
Me da miedo que te vayas antes que yo, que me olvides, me abandones o me sustituyas por cualquier adonis insulso y de calva disimulada, pero que te lleve a bailar.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 25 de noviembre de 2017