Emergió del jacuzzi resoplando. Llevaba casi dos minutos reteniendo la respiración. Recuperó el aliento y se secó con el albornoz mientras se dirigía al vestuario, ahora le tocaba cinta y bicicleta estática durante, al menos, dos horas.
Cuando salió del gimnasio ya casi era la hora de la meditación y tuvo que correr para alcanzar el autobús. Llegó con el tiempo justo y se colocó junto al resto en la postura del loto, a pesar de que su espalda comenzaba a protestar. En silencio intentó alinear sus chacras y hacerse uno con el universo, mientras ojeaba discretamente el reloj para que el gurú no le riñera.
Tras la despedida ritual salió de estampida hacia su siguiente destino. La sesión de visual mindfulness y de coaching tántrico abrirían su mente y le harían más receptivo, facilitando el reencuentro con su niño interior sin Edipos ni Electras.
En el gastrobar pidió un té verde con una ración de humus para recuperarse, mientras sus amigos devoraban jamón ibérico con abundantes cañas.
La ansiada creatividad ya estaba a su alcance, cuando superase la prueba de las brasas y la de la flecha, sería un creativo certificado.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 7 de febrero de 2018