La sirena me indica que ha llegado la noche y que las luces se van a apagar en cinco minutos. Oigo el sonido de las ventanillas metálicas de observación al abrirlas y cerrarlas el guardia en su ronda nocturna. Pronto mi celda quedará en completo silencio e iluminada únicamente por una tenue luz roja.
Las paredes acolchadas matizan cualquier ruido y convierten la celda en un útero pacífico que me facilita dormir y soñar. Se apagan las luces y voy entrando en un agradable estado de somnolencia y felicidad. Todo se funde a negro.
Como cada noche sueño que estoy en casa. Mi habitación en el primer piso es rosa y está llena de muñecas. Madre siempre quiso una niña, pero Padre tan solo la visitó lo imprescindible para asegurar un heredero. Después abandonó el país ya que debía dirigir las propiedades de la familia en las Colonias. Debería haber ido el primogénito, pero tuvieron que ingresarlo discretamente en el frenopático por su insana conducta hacia las mujeres. Padre nunca volvió.
Tengo cuatro o cinco años y Madre me ha vuelto a vestir de niña, como hace siempre que no tenemos que salir de casa. Antes también salía así a la calle, pero desde que el Doctor habló con ella, solo me viste en casa. Madre siempre le hace caso al Doctor.
Estoy en la sala con ella. Hoy me ha vestido de colegiala e incluso me ha puesto una peluca rubia, llena de lazos rosas.
– Compórtate – me dice. Las niñas maleducadas no se casan. Me quedo quieto y dejo que me peine durante horas.
Estoy en el parque y las veo, siempre están ahí, parece que me esperan, tan dulces, tan rubias, con esas piernas largas y esos uniformes que tanto me gustan, están solas, sus niñeras hablan juntas cerca de la pérgola.
En el bosque, huele a hierba y descomposición, huele a sangre, todo está lleno de sangre, la hierba está roja y pegajosa, ella ya no está, se ha ido, me ha abandonado y ya no juega conmigo.
La sala del tribunal es amplia y está forrada de rojo y madera. El Honorable Juez lleva una peluca y una toga roja con un cuello de armiño blanco. Me recuerda una muñeca que tenía Madre en su habitación. Nunca me dejaba que jugara con ella.
El Fiscal habla y gesticula dirigiéndose a la sala, pero yo no escucho su voz. Mi abogado apenas le rebate, las pruebas le superan. La gente está indignada y me mira con odio, los guardias tienen que protegerme al entrar y salir, pero aun así alguien logra lanzarme un huevo podrido. Mi nariz vuelve a llenarse de ese olor espantoso y se me revuelve el estómago.
Corro, oigo voces y gritos, ladridos de perros, mis manos están sucias y llenas de sangre, ella quedó atrás, tan dulce, tan rubia, se están acercando, me van a rodear, no tengo salida, todavía queda mucho para la noche y no puedo ocultarme, van a cogerme, yo las quería, quería jugar con ellas, eran mis muñecas.
Qué bien se está con Madre en su habitación, jugando con las muñecas rubias. No me molesta que me ponga faldas y medias y que me peine la peluca. Fuera hace frío y la gente es mala. Solo Madre me quiere y juega conmigo.
Un sonido repetitivo me despierta. Las luces se han encendido y el guarda está haciendo su ronda matinal. Debo levantarme y asearme antes de ir a desayunar. No se está mal aquí, solo me falta Madre, pero ella no está. Me dejó para ir a un sitio muy bonito donde la llevó el Doctor. Allí podrá jugar con sus muñecas y ser feliz como yo.
Bartolomé Zuzama Bisquerra. 26 de abril de 2014.