Como cada mañana, antes de comer, Sebastián pasea desde su casa hasta el muelle viejo para ver los barcos. Aunque intenta mantenerse erguido, va arrastrando sus anquilosadas piernas a lo largo del paseo bordeado de palmeras.
Esto no me pasaba hace años, cuando trabajábamos de sol a sol en el pueblo, antes de la guerra. Ya no valgo más que para arrastrarme agarrado al bastón y esperar la muerte.
En el paseo se ha producido un alboroto. Uno de los caballos que tiraba del tranvía se ha desplomado y de nada han servido los juramentos y latigazos del conductor; el animal no volverá a tirar junto a sus compañeros.
Esto es lo que me espera. Seguro que cualquier día me fallará algo, me desplomaré como ese pobre penco y me encontrarán tirado en cualquier callejón. Espero que por lo menos nadie me dé de latigazos para intentar reanimarme.
El muelle le recuerda otro, plagado de gente y buques a punto de zarpar. Junto a la pasarela están formados los soldados que van a embarcar para Melilla. Los llevan a luchar en una guerra en la que los hijos de los ricos se libran de ir, pagando o mandando a alguien en su lugar.
El viejo caballo en que se ha convertido no tiene nada que ver con aquel joven león que, desde el centro de la formación, lanzará el grito de “o todos o ninguno”, que iniciará la rebelión. Durante unos días las tropas se negarán a embarcar, luego serán reprimidas con dureza y enviadas al frente, a defender los intereses económicos de algunos aristócratas.
Sentado en un banco se frota las piernas, sus dolores no son solo por la edad, la humedad del penal de La Mola, donde fue recluido, también tuvo mucho que ver.
Tras otra etapa llega al final de su recorrido. Con la poca agilidad que todavía le queda se sienta en el velador del Café Nacional que habitualmente ocupa. No tardará en acercarse Rosita, con su café bautizado con cazalla, como sabe que le gusta. Después, tras la lectura de la prensa diaria, emprende el regreso a casa, saludando a viejos conocidos con discretas inclinaciones de cabeza. Ya van quedando muy pocos.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 7 de febrero de 2018.