—Buenos días compadre, ¿cómo le va?
—Pues ya ve, compañero, esperando, siempre esperando, como si no tuviéramos otra cosa que hacer.
El banco, a la sombra de un deteriorado edificio colonial, sirve como humilde sala de espera del consultorio médico en el que Yadira lucha contra la enfermedad y la desidia administrativa, mezclando los escasos medicamentos con remedios caseros y mucho cariño.
El día ha sido largo y únicamente quedan por atender dos personas, dos pintorescos personajes de aquel barrio de las afueras de La Habana: Gualterio y Emelindo. Unos entrañables abuelos revolucionarios que, sin prisa ninguna, esperan la exigua ración de salud que les permitirá seguir malviviendo hasta que su reloj se pare definitivamente. No se desesperan ya por nada. Cuando hay medicamentos, bien, y si no los hay, los suplen con ingenio y con la paciencia infinita que da la resignación.
—¿Que nos tocará hoy compadre? La última vez faltaban los antibióticos.
—Mejor compañero, así no nos haremos resistentes, que ya resistimos bastante allá en Sierra Maestra con el Comandante. Seguro que esto lo ha ordenado el Ministro de Sanidad pensando en nuestra supervivencia —afirma socarrón Emelindo.
Yadira se acerca a la puerta y mira al horizonte. El sol ya casi toca el mar y poco a poco va cayendo la noche que mitigará un poco el calor agobiante. Hoy les apañará con alguna aspirina y un jarabe que ha conseguido en el mercado negro, pagándolo de su bolsillo. Con eso y un par de besos a cada uno les mantendrá contentos hasta la próxima consulta. A ver si para entonces ha llegado el pedido. El maldito bloqueo y la ineptitud burocrática ya están haciendo mella en su fe revolucionaria.
Su mente viaja atrás en el tiempo hasta otro dispensario, éste en una aldea de Mozambique. Allí disponían de más medios, ya que tenían que dar apoyo sanitario a las tropas expedicionarias. A la sombra de una choza, dos ancianos negros compartían una bebida dejando pasar la vida sin impaciencia, aceptando lo que esta pudiera ofrecerles, como sus últimos pacientes de hoy.
En su bolsillo, arrugada tras las múltiples lecturas, está la última carta de su hermana desde Miami. Le cuenta que en la clínica donde trabaja como enfermera están buscando médicos y dan todo tipo de facilidades para conseguir la carta verde.
Yadira suspira, seca una pequeña lágrima que ha asomado en su ojo izquierdo y llama a su penúltimo paciente. Mañana será otro día.
Nota: La fotografía es propiedad de Rubén Abella (2_Rubén Abella_Zimbabue)
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 18 de febrero de 2018