–Abuelita Julia, ¿tú has visto el mar?
Mi bisnieto Nico me llama así para diferenciarme de mi hija Cristina, su abuela. Estos días anda inquieto porque sus padres lo van a llevar al mar. Aunque lo ha visto infinidad de veces en la televisión y en fotografías, nunca lo ha tocado. Tiene ya cinco años, pero los agricultores no tienen vacaciones y el precio de la remolacha ya no es lo que era. Hasta este verano se ha tenido que conformar con la piscina del pueblo.
Su pregunta me ha recordado aquella primera vez. Me casé el treinta y tres con apenas veinte años. Ramón tenía veintidós, acababa de conseguir una plaza de maestro en Benavente y no quiso que estuviéramos separados. Se plantó delante de mi padre una mañana y le pidió mi mano, dos meses después nos casábamos.
Los días anteriores a la ceremonia lo noté misterioso. Cuchicheaba a escondidas con mi padre y mi madre, y cuando yo me acercaba, cambiaban de tema. ¿Qué estarían tramando?
Cuando nos despertamos en la habitación de “Casa Rubial”, la fonda del pueblo de al lado donde pasamos nuestra noche de bodas con poco movimiento y mucha vergüenza, me lo soltó de pronto.
–Nos vamos a ver el mar.
Le miré asombrada y comprendí la clase de hombre que era mi marido. Supe que seríamos felices, que podría contar siempre con él y que no le asustaba nada.
De aquel viaje apenas tengo recuerdos salvo que duró mucho, que fue muy cansado y que el mar era mucho mejor que todo lo que me habían contado o había leído.
Lo que pensé de Ramón aquella mañana se reafirmó día a día, especialmente cuando me quedé embarazada de Cristina. También se confirmó que cuando creía en algo no reculaba ni para tomar impulso.
Las cosas en España se fueron complicando y Ramón, como siempre, no ocultó sus ideas. El veinte de julio del treinta y seis desapareció y nosotras tuvimos que regresar, como pudimos, a casa de mis padres.
He vuelto a ver el mar otras veces, pero jamás como aquella primera con Ramón. Estos días la televisión habla mucho de memoria histórica, de fosas y de desaparecidos. Quizá no llegue a verlo, pero espero que Cristina pueda enterrar a su padre como se merece un hombre bueno.
Valladolid, 22 de mayo de 2016.