Anoche, casi de madrugada, una noticia hacía temblar nuestras conciencias. Varios atentados sangrientos turbaban la paz y la convivencia pacífica de nuestros vecinos del norte y convertían París en una ciudad aterrorizada en la que los ciudadanos eran sustituidos en sus calles por las fuerzas de seguridad, las ambulancias y el caos.
Esta mañana, tras ver y escuchar los diversos relatos e interpretaciones de los hechos realizados desde los medios de comunicación y la clase política, me gustaría exponer mis reflexiones.
Tengo claro que aunque las democracias civilizadas no debemos renunciar al derecho a una defensa activa de nuestras libertades por todos los medios que nos permite la ley, únicamente la educación, la cultura, la igualdad de oportunidades y la lucha contra la pobreza serán las armas que conseguirán vencer al fanatismo, privándole de sus bases y justificaciones.
No conozco apenas el Islam, pero me resisto a creer que una religión de las tres del libro, junto con el judaísmo y el cristianismo, pueda justificar la barbarie y la violencia. Por desgracia la religión ha estado tras las peores páginas de la historia de la humanidad. Cierto es que los excesos del cristianismo se produjeron hace bastantes siglos y que su evolución, facilitada por el surgimiento del laicismo y el acceso al conocimiento, prácticamente han desaparecido salvo en actos individuales como algunas matanzas en Estados Unidos o en los atentados de Noruega en 2011. Lamentablemente los choques entre el judaísmo y el islam son mucho más recientes, pero tienen una base diferente al mezclarse con motivaciones territoriales y de lucha por los recursos.
Por desgracia, atentados como el de ayer darán alas y justificación a quien piensa que no debemos abrir nuestras puertas a los extranjeros y que si les dejamos entrar deben adoptar nuestras costumbres abjurando de las suyas. Si hacemos eso no solo estaremos dando la razón a los terroristas, sino que les proporcionaríamos más argumentos al crear mártires y marginación. Somos lo que somos porque hemos sido capaces, como sociedad, de absorber lo mejor de las personas que desde dentro o desde fuera se han incorporado a nuestras comunidades. No es separando y marginando como venceremos a la barbarie, es educando y convenciendo de que la democracia, la libertad y la igualdad están por encima de cualquier otro planteamiento.
Otra reflexión que ha venido a mi mente es la enorme hipocresía que rige las relaciones entre los países, estimulada por el hecho de que quien manda en realidad son los mercados y las grandes corporaciones y no los ciudadanos. Solo esto justifica que sigamos haciendo negocios con estados que con el dinero que reciben por la venta del combustible que se usa para combatir el terrorismo, financian a los propios terroristas. Es de sobras sabido que el ISI se financia fundamentalmente por la venta de petróleo y que ese petróleo lo consumen las naciones que lo combaten. Quizá sea el momento de potenciar las investigaciones para sustituir unas fuentes de energía prostituidas, sucias por sus residuos y por lo que ocultan y permiten, por fuentes alternativas que nos liberen del chantaje de gobernantes viles que se enriquecen mientras mantienen a sus ciudadanos alejados de la libertad justificándose en una perversa y falsa interpretación de sus creencias.
Mi última reflexión es mucha más casera. Una de las imágenes que más me emocionaron de las de anoche fue la de los ciudadanos franceses saliendo del estadio juntos, cantando la Marsellesa y ondeando su bandera nacional. Cierto es que Francia no es un país de naciones y nosotros sí, pero también es cierto que esa bandera y ese himno representan símbolos reconocidos por todos, de la lucha revolucionaria por sus libertades y de los ideales republicanos y laicos que sustentan su convivencia. En España tenemos mucho que agradecer a los padres de la Constitución de 1978 y reconozco que el entorno en el que tuvieron que trabajar no era el más favorable para grandes cambios, pero creo que perdieron una oportunidad histórica para encontrar un símbolo que nos representara a todos y del que todos estuviéramos orgullosos. Podemos darle todas las vueltas que queramos pero heredamos una bandera asociada al bando vencedor de una guerra civil que masacró y generó odio entre hermanos. Además, y desde entonces, ha sido secuestrada frecuentemente por los grupos y movimientos más reaccionarios de nuestro país, con lo que su función como símbolo global de todos los ciudadanos y ciudadanas ha sido menoscabada. Quizá con la necesaria y espero que inminente revisión de nuestra constitución, tengamos la valentía para buscar un símbolo común del que todos estemos orgullosos o que al menos esté limpio de manipulaciones y cargas históricas negativas. Mejor será una bandera nueva que una que genere desavenencias.
Para titular estas modestas reflexiones considero que no hay mejor introducción que una adaptación de la famosa cita realizada por el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy en Berlín occidental el 26 de junio de 1963, con motivo del decimoquinto aniversario del bloqueo de Berlín impuesto por la Unión Soviética e indicando su solidaridad hacia los habitantes de esa ciudad.
Para finalizar simplemente quisiera exponer que la solución frente al terrorismo, el fanatismo y la barbarie la tienen grabada los franceses en todas sus instituciones y es el lema oficial de la República Francesa desde 1848: Liberté, égalite, fraternité (Libertad, igualdad, fraternidad).
Bartolomé Zuzama. Valladolid, 14 de noviembre de 2015.