Como cada día Carmen salió de su trabajo corriendo para no perder el autobús. Todavía tenía que pasar por el súper y comprar algo para comer ella y Antonio.
Como cada día, al llegar a casa se encontraría a Antonio en el sofá delante de la televisión y la casa sin ordenar. Su Antonio no era malo, simplemente había pasado de que su madre le sirviera a que fuera Carmen la que cuidara de él. No se podían esperar muchos cambios de un hombre al que su madre le preparaba y le dejaba la muda en la cama cuando se duchaba. Él tenía otras cosas de las que preocuparse y la casa era una cosa de mujeres.
Como cada día su cerebro seguía dando vueltas a su actual situación. Ella con un trabajo poco satisfactorio en lo económico y en lo emocional y Antonio en paro. El pobre estaba muy deprimido porque no encontraba nada que se ajustase a sus expectativas. Tampoco pedía demasiado, un trabajo de oficina de jornada continuada de mañanas y que no le pillara muy lejos de casa. De vez en cuando se acercaba a la Oficina de Empleo para ver si había algo, pero nunca encontraba nada. La culpa era de todos esos inmigrantes que habían venido a quitarles el trabajo a los españoles honrados, así era imposible trabajar. Cuando su empresa cerró hace ya más de tres años, empezó un curso del INEM, pero lo dejó porque para qué tenía que aguantar cinco horas a un niñato que se creía que lo sabía todo, si a final de mes cobraba puntualmente el paro.
Como cada día Carmen pensaba que tenía que esforzarse más, ya se lo decía su madre. Las mujeres son las que deben sacar adelante la casa y hacer feliz al marido como ha sido siempre y como Dios manda. Esas cosas que salen en la tele de mujeres felices sin pareja no son más que mentiras y pecados que se inventan los extranjeros que no van a misa. Cada día al llegar a casa hacía la comida para los dos y después de comer procuraba recoger sin hacer ruido para que Antonio pudiera echarse la siesta antes de bajar al bar del barrio a echar la partida. Pobrecito, era el único entretenimiento que tenía. Es verdad que a veces venía un poco alterado; el anís no le sentaba nada bien; y ella tenía que hacerse casi invisible para evitar provocarle, pero nunca le había puesto la mano encima…salvo el día en que se compró aquella falda. Era preciosa, pero él dijo que era de puta, que su mujer no podía llevar una cosa así por la calle, que qué iban a decir los vecinos. En esa ocasión ella levantó un poco la voz y se ganó una bofetada, pero luego él le pidió perdón y no se había vuelto a repetir.
Como cada día Carmen se quedó mirando a los niños que salían del colegio. ¡Cómo le gustaría tener un hijo! Pero Antonio decía que no era el momento, que ya se tenían el uno al otro y que más adelante ya lo pensarían. Pero eso sí, para la fase de fabricación siempre estaba dispuesto, aunque ella no quisiera y no disfrutara. Las únicas mujeres que disfrutan son las golfas, le había dicho su madre antes de casarse, tú limítate a que tu hombre disfrute y así no se irá con otras.
Como cada día se bajó en su parada y se acercó al supermercado del barrio. Esta semana había podido ahorrar un poquito y podría comprar para él ese chuletón que tanto le gustaba. Ella se conformaría con una sopa y un poco de jamón de york, que anoche Antonio le había dicho que estaba echando barriga, que se controlase un poco porque a él no le gustaban las mujeres rellenas. Seguro que era por otra cosa, porque apenas comía y no paraba de correr en todo el día, pero si él lo había notado tendría que controlarse más.
Como cada día subió andando los tres pisos para hacer ejercicio y abrió la puerta de su casa. Le extrañó no escuchar ningún ruido, pero se imaginó que Antonio habría bajado a hacer algo a la calle o a ver si habían anunciado algún empleo, aunque no le había dicho nada cuando se fue a trabajar a las siete de la mañana. Entró en su habitación a ponerse la bata de estar por casa y se llevó la primera sorpresa, la puerta del armario de Antonio estaba abierta y el armario completamente vacío. El corazón le dio un vuelco, pero pensó que igual había cambiado la ropa de sitio o se la había llevado a su madre para que le repasase los botones, que nadie cosía como ella.
Cuando se acercó al salón, Carmen luchaba para frenar la certeza que le iba subiendo desde las entrañas. ¡Antonio me ha dejado!, pero no quería creerlo, seguro que habría cualquier explicación.
Cuando vio el papel sobre la mesita de café ya no le quedó ninguna duda: “Querida Carmen. Hace unos días me han ofrecido un trabajo en Francia y he aceptado. Es una buena oportunidad para mí y no podía rechazarla, me voy con Rosa, la hermana de Raúl. Me he enamorado de ella y vamos a buscarnos la vida fuera. Como necesitaba dinero para el viaje he cogido el que guardabas en el cajón de tus medias para comprarnos el coche, intentaré devolvértelo. Mi madre no sabe nada de esto, por lo que no le preguntes donde estoy. Ya te escribiré. Un abrazo. Antonio”
Ya nada sería nunca como cada día.
Valladolid, 17 de julio de 2014.