Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.
A la muerte de Torrijos y sus compañeros.
José de Espronceda.
Los versos de Espronceda resuenan en mis oídos al dirigirme al Cementerio Inglés. Hoy es once de diciembre, el sol luce tímidamente y la ciudad se prepara para las próximas fiestas navideñas sin recordar lo que sucedió en la playa de San Andrés, tal día como hoy de 1831.
Cuando recibí aquel correo casi había olvidado a Marjorie. Al acabar su erasmus en la Universidad de Valladolid había vuelto a Irlanda, y aunque seguíamos más o menos en contacto, nuestras vidas se alejaron. No nos prometimos amor eterno, pero tuvimos una relación bastante estrecha aprovechando aquel piso de estudiantes de la Rondilla, siempre lleno de gente.
Conocía mi blog y sabía de mi afición por episodios oscuros o incluso que la historia oficial había ocultado. Era lo que me permitía sobrellevar mi triste trabajo en el call center, que aunque me permitía sobrevivir sin depender demasiado de mis padres, no llegaba para independizarme. Ambos estudiábamos historia y queríamos dedicarnos a la investigación.
Al parecer ella tampoco lo había conseguido, estaba trabajando para Zara Online en Dublín y había aparcado su carrera. Acababa de enterarse de que era descendiente, más o menos directa, del revolucionario Robert Boyd y de que algunos familiares y amigos se reunían todos los años frente a su tumba en Málaga, para que su sacrificio no cayera en el olvido. Creía que era un tema interesante para retomar nuestra afición compartida y proponía que nos viéramos allí, aprovechando que el once de diciembre caía en domingo.
Decididos a ser fieles a su memoria, quedamos el sábado frente al monumento a Torrijos y sus compañeros de la Plaza de la Merced. Había cambiado poco, estaba más pálida y pelirroja que como la recordaba, pero el sol de Dublín no es el de Castilla. Su español seguía siendo mejor que mi inglés y decidimos seguir usándolo para entendernos. Se la veía más madura, al menos hasta la cuarta pinta de Guinness que vaciamos. Me dijo que aquello había vuelto a engancharla con la historia y que estaba segura de que había material incluso para un relato a cuatro manos. No sé si fue la historia, las Guinness o Málaga, pero nuestras cuatro manos y algo más sí tuvieron bastante trabajo aquella noche en la pensión.
Frente a la tumba y mientras uno de sus descendientes leía un panegírico, pensaba en lo que podría haber llevado a un joven oficial aristócrata británico a lanzarse a una aventura cuanto menos dudosa. El romanticismo y la sociedad estudiantil de los Apóstoles de Cambridge eran un buen caldo de cultivo. Si le añadimos que la causa liberal española estaba entonces de moda en Inglaterra, tenemos el coctel perfecto, aunque solo Robert Boyd pasó de las musas al teatro y acompañó a Torrijos hasta el final.
El levantamiento estaba sentenciado desde el principio. Tras varias tentativas y cuando parecía que todo se arreglaba, Torrijos cayó en la trampa que le tendió el Gobernador de Málaga, bajo el seudónimo de Viriato, con la connivencia y el apoyo del gobierno absolutista.
Perseguidos y atacados incluso por los propios buques que les escoltaban desde Gibraltar tienen que desembarcar. Tras varios días huyendo de las fuerzas realistas sin recibir el apoyo que esperaban y nunca existió, se rindieron tras ser engañados de nuevo. Los cuarenta y nueve supervivientes fueron llevados al Convento de los Carmelitas Descalzos de San Andrés, desde donde saldrían a la mañana siguiente para morir. El hijo del cónsul británico, que asistió al fusilamiento, contó que cuando las descargas de fusilería abatieron al primer grupo de prisioneros, Boyd, atado con ellos, se levantó para que el pelotón disparara de nuevo sobre él, hasta que cayó definitivamente.
Un episodio más de la lucha entre la libertad y el oscurantismo que se prolongaría hasta la guerra civil del treinta y seis y la larga dictadura. Un período sobre el que la historia oficial pasaba sin apenas detenerse y que merecía ser conocido.
Mientras nos dirigimos a la Calle Larios a comer, Marjorie me ha propuesto que me vaya a Irlanda con ella. En su empresa están contratando gente y así podríamos reanudar la investigación y escribir sobre historias ocultas o poco conocidas.
La tentación es grande, tengo poco que perder y mi inglés podría mejorarse con un poco de esfuerzo. El Trinity College, la Guinness y Marjorie son excusas convincentes, me marcho a Dublín en busca de la historia.
Mientras regreso del aeropuerto camino de la estación, no me percato de que uno de los asistentes al evento de esta mañana me sigue discretamente.
Valladolid, 29 de mayo de 2016.