Sombras de adolescencia

sad-214977_1280Cuando sus padres salían, él se quedaba a cargo de sus hermanos.

Aunque retrasaba, temeroso de las sombras, el ir a acostarse, llegaba un momento en que no podía evitarlo.

Iba apagando las luces a su paso, siempre mirando hacia la oscuridad, y subía a la litera superior, que por ser el mayor le correspondía. Tras colocar verticalmente la almohada a modo de escudo entre su cuerpo y la puerta, se arropaba hasta las orejas aunque fuera verano. A continuación comenzaba a imaginarse todo tipo de historias para retrasar el sueño y mantenerse alerta.

Cualquier pequeño sonido le sobresaltaba, imaginando una presencia maligna que se acercaba a la cama.

Su litera se convertía en una cuadriga, en el Nautilus, en un veloz bólido o en un estilizado velero que surcaba las aguas del Caribe en busca de aventuras.

Así se dormía o escuchaba la llegada de sus padres, generalmente lo primero, manteniendo a raya a aquella sombra oscura que habitaba en los rincones de su casa.

Si llegaban mientras estaba despierto, se hacía el dormido al pasar su madre por la habitación, para no preocuparla, que para eso era el mayor.

Cuando creció siguió temiendo a las sombras, aunque descubrió que no habitaban en los rincones, sino en el alma de las personas.

Bartolomé Zuzama. 12/01/2015

 

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