Chubasqueros amarillos, ramitos de violetas en sus frágiles manos, sorpresa y asombro continuo en unas oblicuas miradas dulces que trascienden el tiempo y el espacio.
Han realizado un largo viaje para llegar a esta sociedad que parece de otro mundo, tan distinto al suyo y sin embargo tan parecido. Quieren saber si los que dieron la orden son diferentes a los fanáticos imperiales que los empujaron a la guerra, a la destrucción y a la ruina.
Mientras esperan, sus mentes navegan aladas, saltando años y distancia. Frente al cemento y las aglomeraciones de edificios y personas, recuerdan una estructura solitaria y ennegrecida, solo un esqueleto de acero entre las ruinas que dejó el hongo. Lo que aquí es bullicio y trasiego, allí era silencio, un terrible y letal silencio.
Quedan muy pocas como ellas, las supervivientes. Con sus impermeables amarillos pasean por Nueva York, pero su alma sigue en Hiroshima. En sus manos portan violetas, pero en su mente evocan el aroma de los cerezos en flor que han vuelto a renacer alrededor de la Clínica de Shima, el punto cero.
Las personas a su alrededor solo ven unas ancianitas sonrientes que esperan el metro en Times Square. Ellas ven la vida después de la muerte. Su sonrisa es un canto a la supervivencia, una llamada a la paz, un voto a la reconciliación.
Han venido a mirar a los ojos de su enemigo y se han dado cuenta de que, tras las máscaras, no había monstruos, solo seres humanos perdidos y asustados. No hay peor monstruo que un hombre convencido.
El metro llega puntual, pero ellas se quedan en el andén sonriendo, recordando, disfrutando de la primavera adelantada y de aquel tramo de vida regalada.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 29 de abril de 2019
¡Qué bonito y emotivo! Es una forma muy original de tratar un tema tan duro, y me ha resultado incluso poético. He disfrutado mucho ¡Gracias!