Anochecer en Albuquerque
El ocaso llegó con su dulce olor a menta. Las luciérnagas comenzaron a desplegar sus alas iluminando las sombras rojizas que, poco a poco, se cernían sobre nosotros. Yo tenía la garganta en carne viva. Llevaba todo el día hablando para intentar convencer a tristes amas de casa de que
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