Puso la radio mientras desayunaba y, tras los acostumbrados temas internacionales, saltó la noticia: “La corrupción aflora de nuevo en las islas; un conocido empresario de iniciales R.M.R. y presuntamente muy identificado con el actual gobierno autonómico, en el punto de mira de la Fiscalía Anticorrupción…”. Apagó la radio y se sentó de golpe, evitando la mirada de su mujer, que entraba en ese momento en la luminosa cocina de su recién restaurado piso sobre el Paseo Marítimo, frente al Club de Mar.
– ¿Ramón, te pasa algo? Estás pálido como si hubieras visto un cadáver. Ayer no te oí llegar, seguro que te volviste a pasar con la cena. Ya sabes lo que dicen de las cenas y las sepulturas.
“Bienaventurados los mansos de corazón porque ellos heredarán la tierra”, pensó. Había tenido mucha suerte al casarse con Juana, lo tenía prácticamente todo: era rica, guapa…y rematadamente tonta.
No podía perder tiempo, tenía que hablar con su abogado y luego con Sheyla, su actual amiguita, para que desapareciera una temporada. Para pasar desapercibido llamó al chófer y le dijo que no sacara el coche, que utilizaría el de su mujer. Bajó al garaje y salió a la calle; todavía no habían llegado los buitres de la prensa o estaban esperándole en la entrada principal. Necesitaba un lugar tranquilo para reorganizarse y se acordó de un discreto café en Llucmajor donde nadie le conocería y al que había ido alguna vez con Sheyla y alguna de sus antecesoras.
Como esperaba, estaba prácticamente vacío. Únicamente un madrugador parroquiano que tomaba un café con Amazonas, acodado en la barra. Hacía buena temperatura y se sentó en la terraza trasera donde apenas se le veía. Sacó el teléfono que reservaba para estas ocasiones, el de prepago con el que era muy difícil relacionarle, y llamó a Simón, su abogado.
– ¿Señor Mercader, dónde estaba? –dijo Simón nada más descolgar– llevo más de una hora llamándole y empezaba a preocuparme. –En efecto, el teléfono indicaba multitud de llamadas perdidas–. ¡Menudo jaleo se ha preparado!
–Bueno, ya será menos, todo estaba previsto y no pueden relacionarme con ninguno de los asuntos. La información comprometedora está a buen recaudo.
–Eso pensábamos, pero un funcionario que me debe algunos “favores” me ha llamado para advertirme que tienen pruebas sólidas y que únicamente esperan la orden del juez para detenerle, con prensa, cámaras y toda la parafernalia.
–Eso es imposible, nadie sabía dónde lo guardaba…–Una ligera sospecha empezó a crecer en su interior pero la desechó inmediatamente. Nunca podría haberle engañado–.
– ¡Despierte, coño!, su mujercita le ha vendido y ha entregado toda la información al fiscal. No tiene nada que hacer, es cuestión de tiempo que lo detengan. Lo mejor es que se entregue y evitar más escándalos.
– ¡Será hija de…! Fíate de las tontitas y acabarás escaldado. Ya me parecía raro tanta zalamería estos últimos días, seguro que encima ha negociado quedarse con una parte del dinero para gastársela con algún jovencito. Voy a pensar qué hago y te llamo. Hasta luego.
–No demore su entrega, que juega a su favor. Espero su llamada. Adiós.
Cuando colgó sintió como si se le hubiera caído el cielo encima. Rememoró escenas de otros casos similares, del escándalo y las entradas en prisión con todos los medios retrasmitiéndolo. No podía permitirlo, si iba a la cárcel podía darse por muerto. Allí no tenía muy buenos amigos, había traicionado a gente muy peligrosa que estaba esperando una oportunidad para vengarse.
Tenía que jugar su última baza. Cambió de teléfono y empezó a llamar a algunas de las personas a las que había enriquecido. Tras varios intentos fallidos comprobó que ya era un apestado, nadie iba a cogerle el teléfono, estaba solo.
Abatido y cubierto de sudor frío, subió al coche para regresar a Palma y entregarse a la policía, sería lo mejor. Llevaba un rato conduciendo cuando se percató de que había cogido una ruta equivocada, iba hacia Cabo Blanco por la carretera antigua, estrecha y flanqueada por muros de piedra. Su mente seguía debatiéndose y buscando alternativas, conducía por instinto, prácticamente sin mirar la carretera, menos mal que apenas había tráfico.
Llegó a un desvío y tomó un camino sin asfaltar que se dirigía a la costa. Había tomado una decisión, aunque todavía no era consciente de ello. No dejaría que le encerraran.
Tras unas revueltas, el camino se despejó y le permitió ver los acantilados, el mar y enfrente, al otro lado de la bahía e iluminada por el sol, la ciudad de Palma que le había proporcionado tantas alegrías y dividendos. También se dio cuenta de que no estaba solo, otros vehículos, más o menos apartados del camino, mantenían el motor en marcha.
Vaya un sitio para venir a echar un polvo, pensó, no son horas, eso se hace al anochecer. Eran vehículos de gama alta, con cristales tintados que le impedían ver a sus ocupantes, por lo que le extrañó su presencia. El caso es que algunas de aquellas matrículas le resultaban conocidas, ya las había visto en aquellas discretas reuniones donde se repartían los negocios con la administración.
Rodó lentamente hasta escasos metros del borde y puso punto muerto. No sentía miedo, en un momento habría acabado todo. No había tenido mala vida, se había hartado de ganar dinero, de comer, de beber y de follar, incluso con su mujer, que se mantenía estupendamente para su edad. ¡Nos ha fastidiado!, bastante dinero le habían costado sus tratamientos, sus masajes, los viajes a Nueva York y París a principio de temporada, el spa… Mallorca era un lugar maravilloso para vivir si tenías dinero, ¡había tantas oportunidades para multiplicarlo!
Esos pensamientos le tranquilizaron. Quizá no estaba todo perdido. Aunque fuera una temporada al talego, una parte de su fortuna no la conocía nadie, ni su mujer ni su abogado. Entre recursos, buena conducta y alguna información para los jueces, no iba a estar mucho tiempo entre rejas. ¡Qué puñetas! ¿Cómo había sido capaz de pensar siquiera en hacer esa barbaridad? Seguro que era enajenación mental transitoria, igual hasta podía utilizarlo en el juicio.
Cuando por fin dejó sus ensoñaciones y arrancó el motor para marcharse, advirtió que el resto de vehículos se habían colocado detrás de él, en fila. Vaya, parece la cola de la carnicería, pensó antes de notar el impacto del coche de atrás en su maletero y sentir que poco a poco se iba deslizando hacia el borde sin poder hacer nada para evitarlo.
Mientras caía se acordó de su padre, un “honrado” tendero de Olot que se hizo rico con el estraperlo y otras buenas prácticas. Su mente viajó en el tiempo hasta su colmado donde, con una mano bajo la báscula para trampear el peso, su padre repetía en voz alta: ¡Respeten el turno, señoras! ¿A quién le toca?
Antes de reventarse contra las rocas pudo ver en el retrovisor un coche que seguía su trayectoria y el morro de otro al borde del acantilado.
Valladolid, 29 de noviembre de 2015.