De amebas, pájaros y espectros: una elegía a Joan Miró.

miróHuyendo de la barbarie Joan regresó y al cruzar la frontera un gris plomizo le envolvió hasta la asfixia. Del otro lado solo halló vidas grises sumidas en una historia ajada sin futuro ni crepúsculo, que soportaban con resignación un ocaso perpetuo. Le asaltó un gris que olía a hambre y a posguerra, a recuelo y achicoria, a roña y picadura de tabaco.

Encontró ventanas cerradas, silencios, delaciones y torturas, sacristías y palios omnipotentes, recomendaciones y estraperlo. Oyó hablar del gris de graníticos y megalómanos monumentos en valles regados por sangre de patriotas presos y explotados.

Del Mediterráneo al Atlántico huyendo de una guerra fratricida, del Atlántico al Mediterráneo perseguido por la debacle mundial y las hordas arias. Regresó a la paz del cementerio, a una relativa tranquilidad, garantizada a cambio de silencios cómplices y mentiras piadosas. La isla lo acogió y lo acunó en silencio mientras sanaban sus heridas del alma.

El rojo y los magentas no soportaron más la opresión y se rebelaron provocando una orgía de colores tras las ventanas cerradas, pero no pudo ser. Mientras en el taller se acumulaba, enclaustrada, su obra, en el exterior vigilaban ángelus y maitines opresores.

La cultura oficial se acordó de él y quisieron utilizarlo, pero no se vendió. Esa bandera no era su bandera, esa patria ya no era la suya.

Las constelaciones se fusionaron y el azul lo volvió a intentar, se alió con bestias disparatadas y pájaros deformes, con ciliadas amebas gigantes y mujeres de extrañas figuras para violar un blanco, yerto y aburrido. El color poseyó al gris exterminándolo, lo ahogó y sobrevivió a la batalla, pero siguió confinado en un taller anónimo, bajo un nombre anónimo a la espera, siempre a la espera.

A la espera de un rayo de sol, de un relámpago destructor, de una revolución, de una epifanía demorada. Protesta callada y luminosa, colores libertarios frente a grises dictadores moribundos de prolongadas agonías para salvar los muebles y las prebendas de los colaboracionistas.

Un noviembre triste se transformó en dorado cava. Celebraciones castradas por el miedo al régimen de un genocida que le permitió morir en su cama, mientras sus víctimas lo hacían en cunetas y fosas comunes de cementerios anónimos. Merced a la respiración asistida prestada por patriotas de hojalata y mitras nostálgicas, su desfasado esperpento todavía sigue entre nosotros, chupándonos la energía como un vampiro cósmico.

Llegó la liberación y amarillos pajizos se unieron a dorados rojos y a violetas tornasolados en una fiesta multicolor, en una alabanza a la vida, al cielo y a una naturaleza desbordante, pigmentada por desvergonzados dioses menores. Cayeron por fin las cadenas, se abrieron las ventanas y una luz, al principio tímida, provocó un estallido de policromía extravagante y anárquica que inundó nuestras mentes y nos devolvió a la infancia, a una infancia feliz que nos robaron los grises solemnes y los enlutados negros.

En un rincón olvidado del taller, tres colores siguen esperando que llegue su momento, el rojo encarnado, un amarillo azufrado y el paciente morado acardenalado.

 

Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 26 de junio de 2020

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