De deseos y temores: Testamento vital

morning-3544712_1920Escucho en mis auriculares las canciones del disco homenaje a Sabina, mientras observo, un poco a hurtadillas, los jóvenes cuerpos en una playa que el COVID ha vaciado comparándola con veranos anteriores.

A mi lado, en lo que podría parecer un club de vacaciones del Politburó, por la presencia mayoritaria de viejas glorias, un grupo de cotorras emperifolladas pasan revista a la actualidad. No se cortan lo más mínimo mientras repasan vida y milagros de políticos y figuras conocidas de la actualidad nacional, ensañándose especialmente en la pareja que se ha convertido en la diana del conservadurismo casposo, el vicepresidente y la ministra de igualdad. Sé que no debería extrañarme, cada verano se repite lo mismo, con las únicas variaciones debidas al trabajo de la parca, que ha sido destajo estos últimos meses. También sé que cada verano pienso lo mismo: cuando sea mayor odiaría convertirme en uno de ellos.

No quiero que mis conversaciones se limiten a la crítica ni dictar dogmas de fe, los cumpla o no. No deseo la miopía impostada que concede una senectud burguesa, ni convertirme en un faro y referencia de conocimiento y virtudes.

Quiero seguir escuchando a Fito y emocionándome con Llach, aunque sea independentista. Quiero que mi mirada sea capaz de encontrar estímulos nuevos y maravillosos cada día, aunque gruña de vez en cuando, que me lo he ganado con creces.

Quiero seguir militando por la vida y, de virar, que sea siempre hacia estribor, demasiados lo hacen en sentido contrario para mi gusto. No quiero juzgar ni que me juzguen, no quiero mantenerme en silencio, sino manifestarme, con o sin pancartas.

Y aunque ya las jovencitas me traten de usted, no quiero escandalizarme de sus piercings, tatuajes o estilismos, es la escasa parcela de libertad que mantienen frente a una sociedad que ignora y estigmatiza a esta juventud, tan diferente de las anteriores.

Quiero tener derecho a discrepar y a tener mi opinión, aunque sea equivocada. Quiero que todos puedan disentir, aunque su parecer sea contrario al mío. Para eso luchamos y sufrimos, aunque parece que a muchos se les haya olvidado y a otros, como a mis vecinos de mesa, todo lo que ocurrió desde el 75 del siglo pasado sea una aberración sin sentido ni legitimidad.

Quiero no olvidar mis referencias en un mundo que cada vez las relativiza más y que propugna que las ideologías han muerto, mientras el gran hermano nos vigila a todos.

Quiero seguir cumpliendo años, pero con calidad, que en cuestión de supervivencia la cantidad no es lo prioritario. Y mientras la tecnología supla a mi memoria caduca y a una sordera incipiente, seguir pensando que, como decía Fidel, «un paso atrás, ni para coger impulso».

Lo único que quiero perder, con la edad, es la escasa vergüenza que aún me queda. El resto, pelo incluido, es solo biología imparable.

Quiero mantener mi ritmo, mi tempo y que me lo respeten, como yo respeto el del resto, apartándome a un lado para dejar pasar a los que tienen prisa por llegar antes a ninguna parte.

Quiero mantener mi capacidad de empatía y no sucumbir ante la esclerosis de la moral fácil del que lo tiene todo y es incapaz de comprender a los que no tienen nada. Quiero ser capaz de solidarizarme con quienes no teniendo casi nada, exigen derechos y lugar en la mesa del reparto de la riqueza y las comodidades globales.

Quiero seguir siendo el viejo irreverente y anarquista que perdió sus filtros al rebasar la barrera de los sesenta. Un verso suelto, un viejo pino junto al mar que ve pasar la vida mientras se inclina poco a poco hacia el Mediterráneo a la espera de una muerte dulce e indolora, atraído por el espejismo de unas olas tranquilas barriendo una cala diminuta y escondida desconocida para los turistas.

Y cuando llegue el final no quiero lagrimas sino whisky y alegría. Mi última solicitud, recordando al valiente irlandés Robert Boyd que murió con Torrijos en las playas de Málaga, sería que alguien entonara «Danny Boy» en su memoria.

Antes de disolver el evento y que se marchen todos a casa, espero que tristes y ebrios, recordar a Rafael del Riego y Flórez y que la música de su himno suene sin vergüenzas ni ataduras, reclamando un futuro que quizá nunca exista.

Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Palma de Mallorca, 15/07/2020

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