Mi barrio está escalonado. A medida que subes en la escala social, asciendes en la colina.
También los acabados son importantes y cuentan historias. Las paredes de ladrillo anuncian pobreza, las enlucidas y encaladas, posibles. Algunas en lo más alto rompen la tendencia, pero cerca del cielo rigen otras normas. A veces demasiada apariencia es peligrosa y genera envidias y traiciones.
Las calles estrechas suben, rectas y empinadas hacia la zona noble. Los coches no pueden subir, la policía tampoco lo intenta. No es necesario, los cohechos llegan igual.
Rojo, amarillo y pardo dominan un paisaje variado y multicolor. Las terrazas, como cejas, delatan el estado emocional. Si están vacías, hay problemas, si están llenas, festejos. Cejas y música van de la mano, el silencio preludia muerte.
El agua desciende la colina y encharca las zonas bajas, las casa de los pobres. Allí sí que llega el brazo de la ley, aunque sea por delitos leves. Barracas de madera y humedad que atrapan para siempre, grilletes de pobreza y servidumbre.
Antes había una escuela, pero daba mal ejemplo y se quemó. No se puede cambiar lo que siempre fue así. Abajo y arriba, cielo e infierno, poder y muerte.
En lo alto, las antenas de satélite indican quién manda, quién es y quién no es. En eso, el tamaño sí importa. Fútbol y reguetón son la nueva cultura.
Por las noches apenas hay luces, las bombillas, como los sueños, se rompen para ocultar tráficos variados.
La conquista de una parcela junto al cielo se paga con sangre ajena y por encargo. Me harté de tener siempre los pies mojados y temer a la policía. Ahora vivo arriba y me tratan con respeto.
Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, 14 de marzo de 2021