Una piedra en el ascensor

ascensorCuando sacaron al inspector García de la cama para investigar un caso, no le hizo ni puñetera gracia. Sus tripas seguían dándole mucha guerra y el plato de callos con garbanzos que se había metido entre pecho y espalda para cenar no ayudaban, a pesar de la media botella de rioja con que los empujó.
Un huésped del Hotel Victoria, uno de los más lujosos de Madrid, había encontrado el cadáver de una mujer al llamar al ascensor para subir a su habitación. Tras el susto había avisado a la recepción, estos a la policía y la Comisaría del distrito de Chamartín al inspector García, que estaba de servicio.
Al llegar al hotel el inspector comprobó que se habían respetado todos los procedimientos para no contaminar el escenario del crimen. El ascensor estaba bloqueado en la plata baja, se había cerrado la zona con una cinta y había dos agentes uniformados vigilando la misma.
Al acercarse, uno de ellos le saludó.
-Buenas noches inspector, todo está como se lo encontró el huésped. Únicamente entró un médico del SAMUR para comprobar que la victima había fallecido y no tocó ni movió nada.
-Gracias. ¿Han avisado a la Científica?
-Están de camino –contestó el otro agente.
Se tomó tiempo para inspeccionar la escena, antes de entrar en el ascensor. La victima era una mujer de cabello castaño, de una edad cercana a la treintena, vestía un traje pantalón que denotaba gusto y que parecía un uniforme de trabajo. Estaba boca abajo, con los brazos abiertos y no había señales visibles de violencia ni sangre, lo que hacía más complicado avanzar la hipotética causa de la muerte.
Se acercó al cadáver y observó que junto a uno de los bolsillos del pantalón había una piedra de color verde metalizado, como de un centímetro de diámetro y semioculta por los pliegues de la ropa. Tendría que decirles a los de la Científica que la analizasen cuanto antes.
Por lo demás no observó nada especial que pudiera indicarle el motivo o la causa de la muerte.
-De momento no puedo hacer nada más. Cuando vengan los compañeros de la Científica que lo revisen concienzudamente y que me avisen cuando tengan el informe. Me vuelvo a la cama. Buen servicio señores.
-Buenas noches inspector –respondieron ambos agentes.
Antes de irse, García se acercó a la recepción del hotel y mostrándole la placa al recepcionista dijo:
-Buenas noches, soy el inspector García de la Comisaría de Chamartín. Tengo algunas dudas y no se si usted podría aclararlas.
-Buenas noches inspector. Pregunte y veré qué puedo hacer.
-¿Sabe si hay cámaras de seguridad en el hotel y en concreto si las hay en los ascensores?
-Creo que sí las hay en el hotel, pero no se si el ascensor está vigilado. Para esto tendrá que hablar con el director y con la empresa de seguridad que tenemos contratada.
-Muchas gracias, mañana volveré para hablar con el Director.
Tras una noche bastante corta se acercó de nuevo al Hotel Victoria para hablar con su director, que le confirmó que lamentablemente no tenían cámaras en los elevadores y que las que había en el hall no cubrían la entrada de ese ascensor, que era uno auxiliar y no el principal. Eso eliminaba la posibilidad de ver quien lo había utilizado y del posible asesino, si la muerte no se había producido por causas naturales.
Eran cerca de las doce de la mañana cuando sonó el móvil de García.
-Buenos días García, soy Fernández de la Científica. Convendría que nos viéramos para hablar del caso cuanto antes.
-Ahora mismo bajo a verte.
El despacho de Fernández estaba en uno de los sótanos de la Comisaría y hacia allí se dirigió García con premura.
-Hola García, ¿quieres un café? –dijo Fernández cuando entró en su despacho.
-No gracias. Ya llevo cuatro y mira la hora que es. A este paso pronto voy a tener un agujero en el estómago. ¿Qué me cuentas sobre el caso del Hotel Victoria?
-Pues que las pruebas indican que la muerte no se produjo por causa natural. Hemos encontrado una punción en el cuello de la victima y los análisis indican la presencia de estricnina en la sangre. Creemos que alguien le inyecto el veneno y la sujetó para que no pudiera pulsar la alarma ni gritar. Es un veneno muy rápido y letal.
-¿Sabeis ya quién es la victima?
-Se trata de Pilar Monzón, de 32 años, natural de Madrid, casada e investigadora en la empresa Westan, una empresa americana de minería que hace prospecciones y análisis de minerales raros y rentables. Era geóloga y trabajaba en el laboratorio de análisis avanzados.
-¿Habeis podido averiguar de qué mineral era la piedra que se encontraba junto al cadáver?
-Sí y eso nos permite avanzar una primera hipótesis sobre el motivo de su muerte. Se trata de coltán, un mineral muy raro y valioso para la industria de las telecomunicaciones. Lo que me parece extraño es que, por lo que yo se, no hay yacimientos fuera de África Central y también que dejaran una prueba tan evidente en el escenario del crimen. Todo apunta a una trama para ocultar un yacimiento o algo similar.
-¡Qué raro! Aquí hay algo que no me cuadra -dijo García. Tendremos que darle más vueltas. Ya te contaré.
García volvió a su despacho y llamó al subinspector González, al que encargó que siguiera la pista del coltán en coordinación con la gente de la Científica. Él mientras tanto empezó a dar vueltas a una idea que le rondaba por la cabeza.
Pasados unos días llamó a Fernández.
-Hola Fernández, tengo noticias sobre el caso del Hotel Victoria. Si tienes un rato te invito a unos churros en el Florián y te pongo al día.
-Perfecto nos vemos allí en media hora.
Cuando Fernández entró en el café, García ya estaba en la barra esperándole con un café en la mano y con un plato de churros recién hechos.
-Bueno, ponme al día que me tienes en ascuas.
-Para empezar te diré que ya hemos resuelto el caso y que no tiene nada que ver con el mineral raro ese. El asesino es el marido y el motivo un triste y trivial asunto de cuernos que se solucionó de la peor manera.
-¡Qué me dices! Todas las pistas apuntaban a un complicado caso de espionaje industrial internacional o algo similar y rocambolesco. ¡Vaya chasco!
-Eso era lo que el angelito quería que pensaramos. Trabaja en la misma empresa de su mujer y tenía acceso tanto a los minerales como al veneno. Tras un par de sesiones en la sala de interrogatorios y un poco de “presión indolora” acabó confesando. Resulta que ella estaba liada con otro compañero y el marido se enteró por casualidad gracias al móvil. Le entró un ataque de celos y en vez de mandarla a freír espárragos o de darle unas ostias al pavo, se le cruzaron los cables y urdió todo el tinglado, aprovechando que conocía mucho el Victoria. Con ese hotel trabaja habitualmente la empresa y celebran reuniones y otros saraos.
-Lo que no acabo de entender es como, con unas pruebas que apuntaban claramente en una dirección, tu te has empeñado en investigar en otra completamente distinta.
-Pues verás. Uno ya es perro viejo y cada vez tiene más claro que el detonante en la mayoría de casos de asesinato es la jodienda o la pasta. En este caso todo apuntaba a la pasta, pero de una manera demasiado complicada. Por otro lado, ante las dudas siempre me acuerdo de una cosa que estudié hace muchos años llamada el Principio de la Navaja de Occam. Este principio afirma que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta. Podría haberme equivocado, pero por si acaso puse a González a investigar la línea de la pasta y no le condujo a ninguna parte.
-Tio, ¡eres un crack!. Menos mal que esta vez no nos habíamos apostado nada.
-Ya lo se para la próxima vez. Hala, tomate el café y los churros, que tenemos que currar otro rato antes de irnos a comer.

Bartolomé Zuzama Bisquerra. 27 de abril de 2014.

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