Aquel jueves, cuando el señor Xisco llegó a su habitual lugar de pesca junto a la bocana del puerto de Soller, se llevó una desagradable sorpresa. Moviéndose al ritmo de la marea, un cuerpo humano flotaba golpeándose contra las rocas. Abandonando sus aparejos corrió hacia el puesto de carabineros.
Hacía algunos días que habían regresado de Orán y además de los habituales trabajos de mantenimiento del Nuestra Señora de Lluch, el patrón había encargado a Nico otra tarea. Debía acercarse a las zonas habituales de arribada, tanto al noreste como al oeste del puerto, para observar si había cambios en la rutina de los carabineros. Esa información era vital para su negocio.
Sus puntos de desembarco estaban en las cercanías de la Punta de Soller al oeste y en Ses Cambres, al noroeste. Eran lugares a los que podía llegar un carro para recoger los alijos y que estaban cerca de cuevas donde almacenarlos.
Con la excusa de llevar pescado a fincas cercanas, Nico recorría los caminos cercanos a la costa con un asno, unas albardas y una linterna sorda. Generalmente hacía los recorridos a media tarde, para volver al anochecer. Así podía descubrir a distancia los puestos de vigilancia y las patrullas, por sus luces y conversaciones.
Aquel martes le tocaba vigilar la costa situada al sudoeste del faro de Cap Gros y tras llegar a la desembocadura del torrente Currel, emprendió el regreso mientras el sol se hundía en el horizonte. Como conocía el camino no necesitaba luz para orientarse, por lo que prácticamente pasaba inadvertido ya que el asno era muy silencioso. Cuando ya casi llegaba al faro, atrajo su atención una luz que se encendía y apagaba a intervalos regulares. En completo silencio salió del camino, ató y ocultó el asno y se aproximó al lugar de procedencia de la luz, una peña desde la que se divisaba toda la bahía. Desde allí alguien dirigía señales luminosas hacia mar adentro y, tras un corto espacio de tiempo, recibía respuesta. Estaban comunicándose con algún tipo de embarcación y eso era extraño.
Se acercó a la peña con muchas precauciones y descubrió que quien hacía las señales era el señor Miquel, apodado “el Voltor (1)” además de por la forma de su nariz, por ser un carroñero sin escrúpulos. El Voltor era uno de los terratenientes más germanófilos que, como otros miembros de la burguesía local, no ocultaba sus preferencias. Nico ató cabos y sospechó lo que ocurría, ¡estaba comunicándose con el submarino que merodeaba por las costas de Mallorca, el que había hundido al paquebote Aubada!
Retrocedió con cuidado y se ocultó hasta que escuchó pasar al Voltor. Le dio unos minutos de ventaja y se encaminó hacia el puerto para comunicar al patrón lo que había visto.
– ¡Uep Nico! ¿Qué haces por aquí a estas horas? ¿Hay alguna novedad? –dijo el patrón.
–Acabo de ver al Voltor haciendo señales hacia el mar desde la peña de Na Regana y alguien le respondía, creo que se estaba comunicando con un submarino alemán. ¡Puede que fuera el que hundió al Aubada!
– ¿Estás seguro de que hacía señales a un submarino? Podría ser cualquier otra cosa, piensa que estás haciendo una acusación muy grave.
–Mire patrón, no estoy seguro de que fuera un submarino, pero alguien desde el mar respondía a las señales y todos sabemos a qué bando apoya el Voltor en esta guerra.
–Es posible, pero ahora no podemos hacer nada más. Vete a dormir que mañana hay que revisar redes y aparejos. ¡Buenas noches!
–Hasta mañana patrón.
Los carabineros sacaron el cuerpo del agua y enseguida supo todo el pueblo que el muerto era Miquel el Voltor; en los colmados y en las tabernas no hablaban de otra cosa. Esa tarde llegó al puerto, procedente de Palma, un juez de la Audiencia para instruir el caso. Pronto corrió la voz de que antes de caer al agua, el Voltor ya estaba muerto. Se decía que le habían dado una tanda de golpes y varias puñaladas.
Ese mismo día, en una aristocrática vivienda cercana al Círculo Mallorquín y la Seo de Palma, tenía lugar una discreta reunión entre un conocido empresario naviero y presunto contrabandista, un terrateniente germanófilo de Soller y un abogado muy ligado al empresario.
–Don Joan, el asunto del Aubada nos va a crear problemas –dijo el abogado–. Como empiecen a hurgar y averigüen que el beneficiario del seguro es la Compañía Transmediterránea, podrían iniciarse investigaciones muy molestas.
–Tranquilo, Rafael –dijo el empresario– yo me encargo de eso, no tenga miedo. Mateu, dijo dirigiéndose al terrateniente, necesito que se entere de lo que ha pasado en el Puerto de Soller y me lo comunique inmediatamente para tomar medidas. Tenemos unos compromisos y no podemos dejar de cumplirlos. Además, habrá que sustituir inmediatamente a Miquel.
–No se preocupe Don Joan –dijo el tercer contertulio– esta misma tarde vuelvo al Puerto de Soller y ya tengo gente investigando. ¡Alguien va a pagar muy caro lo que ha hecho!
Cuando Nico se enteró de los detalles del caso su mente retornó a la conversación nocturna con el patrón. Aunque el tono de su voz no cambió al contarle lo que había visto, su mandíbula se había tensado y un brillo extraño había aparecido en su mirada. Escondía algo relacionado con el suceso.
Dos días más tarde se enteró de que entre las víctimas del Aubada había un sobrino del patrón y aunque sentía adoración por él, estuvo seguro de que estaba involucrado de alguna manera.
(1) Voltor es buitre en mallorquín.
Nota: Este relato continua el primero de la serie Singladuras «La sombra del Dau«
Valladolid 15 de mayo de 2016.