La Conjura de San Joaquín

pastas de te

Como todos los jueves os ofrezco un relato que resultó finalista en el I Concurso de Relatos Blanquivioletras del Real Valladolid. Con él finaliza esta temporada que volverá a iniciarse en el mes de septiembre.

Los acontecimientos de aquel domingo serían recordados en Valladolid durante muchos años, pero empecemos por el principio…

Justo estaba desquiciado. El Real Valladolid se jugaba el descenso en el próximo partido, que sería el último y se jugaba en Valladolid. En la habitual partida del único bar de San Joaquín no se hablaba de otra cosa ya que todos eran acérrimos seguidores del Pucela. Entre Justo, Modesto, Epifanio y Mariano sumaban casi trescientos años de pasión por el futbol y eran la peña extraoficial blanquivioleta en el pueblo, extraoficial porque el censo y la edad media de los habitantes no permitían otra cosa.

-Como no se produzca un milagro, el próximo domingo estamos sentenciados –dijo Justo.

-Jodíos es lo que estamos –sentenció Modesto-. El Mirandés está más fuerte y tiene más puntos, esto no lo salva ya ni San Joaquín.

-Arrastro –interrumpió Epifanio-. No le deis más vueltas, volveremos otra vez a segunda, no será la primera vez, a lo mejor así el Presidente busca un entrenador más listo.

-Ya, pero es que últimamente no levantamos cabeza, parece que nos ha mirado un tuerto -añadió Mariano poniendo el As de Copas sobre la mesa. –Esta mano es mía.

Siguieron jugando y hablando de fútbol  hasta la hora del paseo vespertino que, como cada día si no llovía, discurría por la carretera hasta el cementerio y vuelta.

Pero Justo siguió dándole vueltas al tema. Era un hombre de acción aunque un poco bruto, ya lo había demostrado en varias ocasiones, como aquella en que metió un kilo de azúcar en el depósito del tractor de Manolo “el tuerto” porque se saltó el turno para arar las tierras. No podía quedarse impasible viendo cómo su Pucela volvía al hoyo de nuevo, tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Ojalá a los del Mirandés les entrara una cagalera antes del partido, así estarían salvados; pero eso era casi imposible.

Intentando conciliar el sueño se acordó de una noticia que había leído y que podría ser la salida que buscaban. Para gastar una broma a su grupo de amigos, sexagenarios como él, un jubilado de Mallorca había condimentado una tarta con marihuana y los resultados fueron demoledores: tres ingresados en el hospital por alucinaciones, una persona con un ataque de somnolencia grave que duró cuatro días y otras secuelas diversas. ¡Claro, esa es la solución!, no tenían más que hacer llegar un “postre” atractivo a los jugadores del Mirandés antes del partido y asunto arreglado. Tendría que darle vueltas para organizarlo, pero la idea era cojo… estupenda.

Esa tarde en la partida, y como quien no quiere la cosa, Justo soltó la bomba:

-Tengo una solución para evitar el descenso, pero necesito ayuda; vamos a hacer que los del Mirandés no den pie con bola en el partido.

-¿Y cómo vamos a conseguir eso, si puede saberse? -preguntó Modesto con cierta sorna.

-Vamos a mandarles algo para picar antes del partido, muy apetecible pero cargadito de laxante para soltarles el vientre.

-¡Pero qué bestia eres, Justo! –dijo Mariano– tampoco se trata de ganar mandando al contrario al hospital, ¡hay que tener un poco de deportividad!

-¡Ni deportividad ni leches!, como no actuemos el Mirandés se nos merienda el domingo y aquí paz y después gloria. Luego lloraremos por no haber hecho nada -dijo Justo.

-A lo mejor no es tan mala idea –dijo Epifanio-, vamos a escuchar el plan de Justo. Porque tienes un plan ¿verdad?

Y así comenzó la conjura de San Joaquín. Justo propuso elaborar unas pastas con los colores de ambos equipos y hacérselas llegar antes del partido; el truco sería que las del Mirandés tendrían laxante y el resto no. La pieza fundamental del plan era Encarna, la mujer de Epifanio, repostera experimentada y todavía con mucha maña para las pastas de baño. Además, Modesto tenía un sobrino, Jesús, que trabajaba en el estadio, lo que permitiría introducir las pastas sin tener que dar explicaciones y que estuvieran en el sitio adecuado en el momento oportuno.

Aunque con ciertos recelos, todos dieron su aprobación al plan y se inició la primera fase de la operación, convencer a Encarna. De eso se encargó Justo, que se camelaba bien a las maduritas y además formaba pareja con ella para jugar a cartas en las fiestas. Para engatusarla halagó su ego diciéndole que un familiar de Modesto había oído hablar de sus pastas y quería algunas para agasajar a los futbolistas del Pucela por la final, ya que mantenía buena amistad con los más veteranos.

Por su parte, Modesto llamó a Jesús, el empleado del Valladolid, y le convenció de que si llevaba unas pastas a ambos equipos quedaría como un señor ante sus superiores. Como no era demasiado espabilado y tenía buena relación con su tío, aceptó la propuesta sin hacer demasiadas preguntas.

Lo siguiente era hacerse con el ingrediente secreto, que aunque Justo había dicho que sería laxante, pensaba en otra sustancia que conocía por propia experiencia ya que hizo el servicio militar en Melilla. Necesitaba un poco de marihuana y para ello acudió a su nieto Ramón. Para no darle pistas comentó que la necesitaba para un conocido al que le estaban dando quimioterapia. Ramón se hizo el sorprendido pero localizó inmediatamente al camello de la comarca e incluso hizo un buen negocio con el dinero de su abuelo, ya que le quedó algo de pasta para unas cañas.

Cómo se las ingenió nuestro protagonista para “aderezar” únicamente las pastas adecuadas y que los otros no se enteraran del cambio de sustancia es secreto de sumario, aunque entraron en juego su encanto y su habilidad en la cocina. Para distinguirlas, las pastas del Mirandés tendrían color blanquivioleta a diferencia de las del Valladolid, cuyo baño sería rojo. Ya confeccionadas se colocaron en dos cajas iguales que se envolvieron y decoraron con sendos lazos de distintos colores, violeta y rojo, para distinguirlas.

Jesús se acercó a recoger las pastas y el domingo las llevó al estadio, donde se las entregó a su superior como si la iniciativa fuera suya y así ganar puntos. Este vio la ocasión para colgarse una medalla y le indicó que ya se encargaba él, que había tenido una buena idea y que se lo tendría en cuenta. Cuando Jesús salió del despacho le faltó tiempo para buscar al Responsable de Protocolo y decirle que había encargado unas pastas a unas monjitas para esta especial ocasión y que serían muy adecuadas para el palco de honor.

Las pastas fueron colocadas juntas en una bandeja, que la suerte hizo que no estuviera demasiado a la vista.

Como era habitual, el Alcalde de Valladolid iba a presidir el encuentro y llegó con tiempo para saludar a la Directiva y a los invitados del palco; esa mañana había tenido un acto protocolario y entre unas cosas y otras prácticamente no había comido nada. Además, el calor ya empezaba a apretar, por lo que la copita de cava fresquito que le ofreció el camarero le supo riquísima, sobre todo si añadía aquellas pastas violetas que parecían tan apetecibles…

Cuando se acercó al micrófono para dar comienzo al partido le pareció ver que una vaca verde se escondía tras una mesa al mismo tiempo que la cabeza le daba vueltas y se sentía cada vez más feliz y más ligero.

-Conciudadanos y conciudadanas, como todos sabéis, mi profesión antes de entrar en política fue la ginecología y pude comprobar que las personas que hacían el amor con frecuencia eran más felices y tenían menos problemas de salud. –Ya empezaba a ver colores brillantes y las palabras tenían vida propia, él lo único que tenía que hacer era dejarse llevar por esos sentimientos de paz y alegría que le iban invadiendo por momentos.

-Buscar la felicidad debe ser vuestro objetivo, sed felices, haced el amor. ¡Viva la felicidad! –Estaba a punto de dar por terminado su discurso cuando, en medio de sus jubilosas sensaciones, una pequeña parcela de su cerebro le recordó que estaba allí para inaugurar algo.

-Y ya para finalizar no me queda más que declarar instaurada la Tercera República. ¡Viva la República! ¡Viva España! -gritó con fuerza antes de desplomarse sobre la alfombra.

Aquel discurso será recordado en Valladolid por los siglos de los siglos, aunque el Pucela perdió y bajó a segunda. Pero además el enredo tuvo otras consecuencias.

El alcalde fue expulsado de su partido aunque volvió a presentarse a las elecciones municipales como independiente y ganó por mayoría absoluta; jamás había reunido tanto apoyo popular.

Justo y sus compañeros fueron juzgados y condenados a realizar servicios a la comunidad en las cocinas de una residencia de mayores de la Diputación.

Encarna y Ramón todavía fabrican pastas para un coffee shop de Ámsterdam, donde son muy valoradas. No han querido vender la receta.

Jesús, su jefe y el responsable de protocolo fueron despedidos.

España sigue siendo una monarquía….de momento.

 Bartolomé Zuzama Bisquerra. 23 de junio de 2014.

 

Deja un comentario