Nosotros y ellos

ATENTADO BUSMe ahogo con este anorak. El autobús se retrasa, seguro que viene lleno. Veo paredes repletas de pintadas que antes pedían amnistía y ahora insultan a los extranjeros.

– ¡Mora de mierda,  márchate a tu país! –escupió Yesica, mientras me empujaba en el pasillo del instituto y nadie hacía nada.

– ¡He nacido aquí! –grité llorando –soy tan española como tú, escuchamos la misma música y vamos a los mismos bares, vestimos igual y usamos los mismos perfumes. Bajo ese rubio platino eres tan morena como yo, incluso mi piel es más clara.

Padre se extrañó cuando les acompañé a la mezquita en vez de salir, pero no me dijo nada, nunca me habla, solo soy una mujer. ¡Qué bien habla Shamir! No lo entiendo mucho pero me convence y me seduce. Él antes era diferente, pero luchar en Siria lo transformó. “Siempre pensarán que eres una puta mora”, me dice, “Se consideran superiores a ti, su sociedad está corrompida y es débil, no tienen principios, no respetan a sus mayores, solo piensan en el dinero y los placeres”. Somos tres las elegidas y ninguna vacila al prepararse.

Tiene razón, ellos nunca van a admitirme. Solo valgo para fregar escaleras, lavar su mierda o cuidar de sus hijos y sus ancianos.

Sudo cada vez más. ¡Menos mal que Shamir exigió que nos quitáramos el hiyab, que debíamos ser invisibles!

María es diferente. Me ayuda con los deberes y sus padres me invitan a merendar. Viven en el barrio, su padre está en paro y sobreviven con lo poco que gana su madre limpiando casas. Su abuela vive feliz con ellos.

¿Dónde está el maldito autobús? Tengo las manos empapadas y el corazón me va a estallar. Un coche patrulla pasa por mi lado. Cuando me dijo que hoy me pusiera falda corta protesté. “Nunca discutas las órdenes”, me dijo, “Solo obedece”.

Don Javier, el de sociales, es muy amable. Repite las cosas hasta que las comprendemos y nos ayuda mucho. Tampoco le van bien las cosas, su hijo ha tenido que irse a Alemania a buscar trabajo y su hija ha vuelto a vivir con ellos.

Cuando Shamir habla, desaparecen todas nuestras dudas, creemos en nuestra sublime misión. Seremos amadas y nuestro nombre gritado con orgullo, nadie volverá a despreciarnos.

Se ha ido congregando más gente en la parada. Madres con niños, jubilados, estudiantes. Nadie me mira mal, ellos no son ricos, ni corruptos, son pobres como nosotros, visten y huelen igual que yo.

Me alejo despacio, y al doblar la esquina, retiro la mano del detonador. Empiezo a temblar y se me revuelve el estómago. Me agacho entre dos coches y vomito convulsivamente, después me arranco el cinturón y lo tiro a un contenedor. Camino lentamente sin saber adónde ir, ni qué hacer. Debo huir, abandonar la ciudad, no puedo volver a casa, soy una renegada.

Mi familia lo comprenderá, o quizá él no. Mi madre me echará de menos y llorará por mí a escondidas.

BARTOLOME ZUZAMA. MARZO, 2016.

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