Soñar en verde

foggy-4660940_1920Aquella idea se le ocurrió a Genaro mientras intentaba asimilar unas noticias sobre los destrozos provocados por las trombas de agua de la gota fría, además de otras, cada vez más preocupantes, sobre el deshielo en los polos. El clima cambiaba inexorablemente y no parecía haber nadie interesado en remediarlo, al menos nadie con recursos para hacerlo. Incluso algún gobernante ególatra, conocido por su estulticia y por su rubio e inamovible flequillo se atrevía a negar lo incuestionable, envolviéndose en una bandera de nacionalismo suicida y excluyente. ¡Menos mal que ese jumento no gobernaba durante los años de la Segunda Guerra Mundial, porque ahora en Europa saludaríamos alzando el brazo derecho y continuaríamos masacrando a los diferentes!

Pronto iba a ser abuelo y era cada vez más consciente de la herencia maldita que iban a legar a las generaciones posteriores. Más les valdría comenzar cuanto antes con la exploración del espacio en busca de un planeta al que mudarse, porque el nuestro parecía tener una fecha de caducidad cada vez más próxima.

Se dijo que si cuando la península ibérica estaba prácticamente cubierta de árboles los cambios climáticos eran menos bruscos, la repoblación forestal a gran escala podía ser una solución mucho más realista que la de intentar que los grandes monopolios industriales modificaran sus políticas medioambientales, con la consiguiente reducción de beneficios para sus accionistas.

Genaro era una persona normal y corriente, con apenas likes en su Facebook. Sin embargo, atesoraba un amplio círculo de amistades que creían en él y en sus ideas, aunque a veces les parecieran algo excéntricas. Comentó con ellos su razonamiento y, sin vacilar, comenzaron a difundirlo. En muy poco tiempo lo que habían denominado «Proyecto Iberia Verde» se viralizó hasta convertirse en «trending topic». Nunca pudo asegurar si el éxito de la idea se debió a una conjunción positiva de los astros o a que se hallaban inmersos en plena campaña electoral, pero pronto la gente comenzó a implicarse y a hacerla suya. Primero los ciudadanos y ciudadanas y tras ellos los partidos políticos y las administraciones.

La fase inicial consistió en elaborar un plano general con las zonas susceptibles de ser repobladas, fundamentalmente tierras prácticamente abandonadas en el vacío interior. Con ello se pusieron a trabajar los ayuntamientos, a continuación las comunidades autónomas y por fin la administración central. Al tratarse de un fin noble nadie quiso ser señalado por poner trabas y la coordinación superó hasta las expectativas más halagüeñas. Mientras se trabajaba en el plano, otras personas, expertos en montes y sostenibilidad, escogían aquellas especies más adecuadas para cada zona con criterios objetivos de mejora del entorno general, olvidándose de la estética o de los beneficios a corto plazo.

Nuestros vecinos del oeste se nos unieron sin dudarlo, aportando la seriedad y dedicación que les caracteriza. Sorprendiendo a las administraciones y a la clase política, comenzaron a fluir aportaciones económicas de ciudadanos y ciudadanas anónimos. Sin esperar contrapartidas, deseaban implicarse en un proyecto que ilusionaba por igual a todas las generaciones fuera cual fuera su residencia. Ante semejante implicación de la ciudadanía las administraciones habilitaron fondos con carácter urgente, y todo ello sin haber plantado ningún árbol. Nuestro ejemplo y el de nuestros vecinos del oeste motivó a otras naciones a hacer lo mismo comenzando por Europa, donde lo llamaron «Proyecto Thoreau». A continuación llegó a Asia, África, Oceanía y América del Sur y Central. En Norteamérica siguen esperando el resultado del impeachment para hacer algo.

A la hora de empezar a sembrar surgieron los problemas. Faltaba mano de obra formada, equipo, y, lo mas importante, semillas o retoños. La fecha exacta para dar comienzo a la repoblación no se había hecho pública. Al llegar las diferentes cuadrillas a los lugares asignados ya estaban aguardándoles gente de los alrededores. Había hombres y mujeres de todas las edades, con sus propias herramientas y dispuestos a ponerse a las órdenes de los capataces para echar una mano donde fuera preciso. En ese momento comenzaron a darse cuenta de la magnitud de la tarea, pero esta no les acobardó. Trabajaban para mejorar la vida de los habitantes actuales y futuros de nuestro enfermo planeta azul.

La necesidad de mano de obra se convirtió en una oportunidad para los parados, para los excluidos e incluso para los emigrantes sin papeles, que pudieron integrarse en una tarea común que les facilitó recursos económicos y el acceso a la ciudadanía.

Floreció una nueva clase de trabajadores y trabajadoras. Aunque ejecutaban funciones muy diferentes compartían un mismo objetivo y pronto comenzaron a llamarlos «la gente de los árboles», gozando de una amplia estima entre la población por su labor. A medida que plantaban debían cuidar, limpiar y preservar los bosques, para lo que se apoyaron en la sabiduría tradicional y en aquellas otras especies que tradicionalmente habían colaborado en ello como los humildes burros o las inquietas cabras, que eliminaban el sotobosque y evitaban los incendios.

Para estar más cerca de su trabajo, las «gentes de los árboles» retornaron a los pueblos casi abandonados de la España vaciada. A medida que estos crecían, recobraban la vida y generaban necesidades como escuelas, comercios o servicios. Lo que había comenzado como un proyecto financiado con recursos públicos y aportaciones de los ciudadanos fue generando oportunidades económicas con el paso del tiempo. Los nuevos vecinos precisaban alimentos y servicios, que ahora tornaban a ser rentables.

Los bosques proporcionaban madera, una materia mas sostenible para la construcción que el cemento. Pero además suministraban otros atractivos recursos como olorosas trufas o sabrosas setas, que proliferaban vigorosas y en libertad.

Hubo incluso quien aseguraba que las hadas y otros seres mágicos habían regresado a las umbrías más inaccesibles de los bosques recobrados, pero nadie ha podido confirmarlo de manera objetiva.

Para utilizar sosteniblemente los nuevos recursos se crearon escuelas y empresas, que ayudaron a atraer y consolidar a una población que abandonaba las ciudades, que se redujeron a unas dimensiones más saludables.

Cuando alguien revisó las estadísticas cayó en la cuenta de que muchas de las enfermedades ligadas a la edad, como el alzhéimer o la depresión, habían disminuido. Los mayores habían recuperado la felicidad al estar rodeados por niños de piel multicolor y tener con quién compartir sus historias.

Paso a paso el hombre comenzó a reconciliarse con la naturaleza. Reaparecieron especies de fauna y flora, incluso algunas que se creían extinguidas. Junto a las arboledas, las tierras de cultivo prosperaron vigorizadas, haciendo realidad aquellos versos del Canto a la Libertad de Labordeta: «Y los campos desiertos volveran a granar, unas espigas altas dispuestas para el pan».

Lenta, pero visiblemente, la climatología comenzó a cambiar. Las lluvias eran ahora más predecibles y beneficiosas, las temperaturas se suavizaron y los cambios de las estaciones dejaron de ser tan radicales. El ser humano había sido capaz de reinventarse y de salvar el planeta.

El ruido que produjo el mando de la televisión al caer al suelo despertó a Genaro con un sobresalto. En la televisión continuaban hablando de la campaña electoral, de Cataluña y de la mala salud de un planeta condenado a muerte por sus propios habitantes.

Bartolomé Zuzama i Bisquerra. Valladolid, noviembre de 2019.

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